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Total War: Rome 2 "Emperor Edition"

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En esta ocasión, hacemos el análisis de un juego que es la versión Hollywood de la estrategia en PC: gran presupuesto, mucho efecto especial, acción a tope y guión rayando lo subnormal.
Realmente esta "Emperor Edition" es la versión mejorada del Total War Rome 2, que salió en otoño del 2013 con infinidad de fallos de todo tipo, para enfado de los numerosos seguidores de la famosa saga Total War, iniciada en el año 2000 con el Shogun.


Hubo que pasar un año y 16 parches para que la empresa Creative Assembly sacara la versión definitiva en otoño del 2014, con el añadido de la campaña de Augusto como regalo para los sufridos seguidores.

Esta versión remozada es realmente mucho mejor que la original y arregla muchos de sus errores, pero sigue careciendo de algunas cosas de los Total War anteriores, que los seguidores echan de menos, como el árbol de familia.



Campaña

En Rome 2, como en el primero, el juego se divide en campaña por turnos y batallas en tiempo real. Debemos conquistar el mundo antiguo o un determinado número de regiones para conseguir la victoria. El comienzo de la campaña podemos datarlo en el año 272 a.C. y dura 300 años. Aunque al final de la campaña el juego te da la opción de seguir jugando sin límite.

Pese al nombre del juego, no es obligatorio dirigir a Roma, aunque sea la facción más golosa, ya que podemos elegir entre varios pueblos, desde Britania a la India, pasando por Cartago y las ciudades de Grecia, en un mapa de campaña de maravillosos gráficos, donde las ciudades van aumentando de tamaño según crezcan en poder y riqueza.


Mapa estratégico


La base del juego son los ejércitos, que pueden estar compuestos por un máximo de 40 unidades, incluyendo unidades navales y terrestres y deben tener un general para guiarlos. El poder de una facción individual, o imperio, determina el número de ejércitos que puede alzar. Pero la fuente del poder y los ejércitos es el dinero. Una facción puede ganarlo al conquistar más regiones y adquirir más oro. También mediante el comercio, pero es la conquista la que otorga más riquezas. Es un wargame, después de todo.

Los jugadores también tienen la capacidad de nombrar las unidades de un ejército y cambiar sus emblemas. Desgraciadamente, no se pueden separar unidades de un ejército creado y dejarlas en una ciudad como guarnición, como se podía en el primer Rome. Todas las tropas tienen que llevar general, asi que si las quieres separar tendras que crearles un general. Puede ser un más realista, como dicen los desarrolladores del juego, pero no deja de ser un engorro.




Vista de Roma

También se puede elegir habilidades para los generales según consigan victorias. Y estos, a su vez, se pueden rebelar provocando una guerra civil si no se sienten queridos. Hay que casarlos y darles títulos y cargos para mantener su lealtad.

También tendremos agentes especiales, como espías, dignatarios y adalides, que realizan misiones diversas en territorio propio y enemigo. Ya sea sabotear el edificio de una ciudad enemiga, incitar a la revuelta, aumentar la cultura o el orden de una región propia o minar la moral enemiga. Sus acciones son mucho más variadas que en el primer Rome y es un añadido muy favorable al juego.

Hay también un árbol de tecnologías a descubrir y desarrollar, pero este aspecto, pese a las mejoras de la Emperor Edition, sigue siendo inferior y más enrevesado, en mi opinión, a juegos de la saga anteriores.

Las ciudades son la base de la campaña. Su conquista es esencial. En el Rome 2 las ciudades se agrupan en provincias, por lo que conquistar todas las ciudades de una provincia te otorga bonos. Cada cultura tiene edictos propios, aunque también los hay comunes, que se aplican a estas provincias, siempre que las tengas completas. Roma, por ejemplo, tiene “Romanización” que mejora nuestra capacidad para asimilar culturalmente una provincia conquistada. Otros edictos reducen el precio de la construcción, o el mantenimiento de las tropas, así que siempre es buena idea tener al menos unas cuantas provincias enteras bajo tu control.


Información de provincia

Un fallo del juego no arreglado en esta edición definitiva es el de los turnos, que duran un año, lo que provoca que muchos generales apenas te duren diez turnos. Menos mal que hay mods que alargan los años a cuatro turnos y hasta doce, lo que te permite desarrollar generales a su máximo potencial... y encariñarte con ellos



Batallas
Este es el meollo del Rome 2 Emperor Edition. El apartado que ha hecho famoso a la saga y su seña de identidad.
 El juego viene con la posibilidad de jugar batallas históricas o diseñadas por el jugador, sin necesidad de entrar en una campaña. Mientras las diseñadas pueden llegar a ser interesantes según las organices, las históricas solo tienen de eso el nombre. Ya que la IA no es muy táctica que se diga, pese a las notables mejoras de la Emperor Edition (al menos se defiende mejor), por lo que es muy normal que Cannas acabe en un batiburrillo de unidades mezcladas sin orden ni concierto.


Dos ejércitos a punto de batallar

Eso sí, en el modo multiplayer puedes llegar a tener batallas épicas y muy realistas con otros jugadores humanos.
Es en las batallas de la campaña donde llega la emoción, pues a veces tu imperio depende de una gran batalla en la que te juegas horas de partida contra una IA, que si es numerosa, se vuelve muy agresiva.


A veces, la pelea alcanza niveles algo sangrientos

En las batallas, en tiempo real que se puede pausar o acelerar, el sonido de ambiente y los gráficos son una verdadera maravilla, que mejora a los juegos anteriores de la saga, que tampoco eran mancos en este aspecto. Las unidades están bien diseñadas y son históricas (ya no hay unidades fantásticas o anacrónicas), los campos de batalla son más extensos y detallados, con el añadido de un mapa táctico muy útil. Además, en la Emperor Edition las batallas duran más y la caballería a la carga ya no parece una división de panzers. Son batallas más realistas, dentro de la limitación de su motor.


Triarios en plena faena


Las batallas navales en esta Emperor Edition han sido mejoradas. Los barcos ya no "explotan" al ser tocados por un espolón y son más duros de hundir. Los abordajes pueden ser todo un espectáculo que merece ser observado a ras de suelo... o mejor dicho, de trirreme.


No sin mi espolón


Además, CA ha sacado para el juego tres campañas de pago, centradas cada una en una determinada guerra: la conquista de las Galias, la 2º Guerra Púnica y la guerra del Peloponeso. Cada una de ellas es una pequeña joya, con su mapa, facciones y detalles propios, que aunque obligan a pasar por caja, son una notable ampliación del juego original.


Elefantes jugando con caballos


Conclusión
El Total War Rome 2, como el primero, sigue marcando la pauta de la recreación de batallas de la antigüedad en PC y nadie parece hacerle sombra. La saga Total War, pese a su apuesta descarada por el espectáculo sobre el realismo, o quizá por eso, continua liderando los wargames después de 15 años de títulos de diferentes épocas y varias evoluciones de su motor.
 Por otra parte, los fans han hecho mods que mejoran su realismo hasta niveles de obra maestra. Caben destacar dos mods muy ambiciosos y elaborados: el mod "Divide et Impera" y el mod "Radious", que permiten al jugador más exigente sentirse el líder sin complejos de una civilización de la Antigüedad.



Os dejamos un largo y estupendo video de una partida con Esparta:














Fútbol a muerte en el Foro

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Autor: José-Domingo Rodríguez Martín

“Los sacrificios que hay que hacer para que el pueblo entienda la Justicia...”, pensaba el Pretor, mientras volvía a subir los escalones del estrado, suspirando.

A sus pies, como siempre, se había montado un gran revuelo... y no era para menos: uno de los demandantes había mandado a sus siervos traer a rastras al Foro a dos jóvenes, a quienes tenía sujetos a los pies del estrado; a su lado, el segundo demandante, con la túnica manchada de sangre, mostraba en alto un balón de cuero mientras gritaba: “¡He aquí la prueba del ominoso delito!”, lo cual era jaleado por el pueblo, reunido alrededor, con ardorosos gritos a favor o en contra. Se notaba que disfrutaban de la indescriptible escena.




El caso es que el Pretor se había ausentado sólo unos minutos, pero por lo visto lo suficiente para que todo el mundo hubiera perdido ya la compostura. Sin embargo, fue aparecer de nuevo ante el pueblo y levantar brevemente la mano, para que se hiciera al punto un expectante silencio.

–He estado consultando de nuevo con los juristas y me reafirmo en lo que os decía hace un momento: los chicos que estaban jugando a la pelota en el Foro no son culpables. Me niego a que se les procese. No daré acción contra ellos, pueden irse tranquilos.

Los jóvenes sonrieron esperanzados, pero al intentar zafarse de los que les sujetaban éstos volvieron a ponerles de rodillas en el suelo, siguiendo una indicación de su amo, el cual se plantó ante el Pretor diciendo:

–¿Cómo puedes decir esto, oh Pretor? ¿En qué cabeza cabe? ¡Éstos fueron los que golpearon con su pelota al barbero, aquí presente!

A lo que el aludido añadió, también indignado y mostrando sus ropas ensangrentadas:

–¡En efecto, oh Pretor! ¡Su balonazo me dio de lleno en la mano con que sujetaba mi navaja, justo cuando afeitaba en la puerta de mi negocio al esclavo de este honorable ciudadano! ¡Si ellos empujaron la pelota que empujó mi mano, sólo ellos son culpables de que yo rebanara el pescuezo al esclavo... y de haber arruinado mi túnica con su sangre!

Los lances del juego llegan hasta hoy en día.





–¡Y era un esclavo valiosísimo! – insistía el primero.

–¡Y mi túnica también! – apostillaba el segundo.

El Pretor, intentando mantener una actitud paciente -y contenerse, para no mandar a sus guardias escarmentar a aquellos dos descarados–, les respondió despacio:

–Intentad comprender, por favor, aunque entiendo que la interpretación de los juristas, por novedosa, puede resultar chocante: no se puede hacer responsable sin más al que realiza una acción que acaba en daño, pues a veces es el dañado el que ha convertido su acción en peligrosa. En vuestro caso, estos jóvenes estaban jugando a la pelota aquí en el Foro (¿dónde si no?), lo cual es una actividad normal y cívicamente aceptada. No han hecho nada malo. El problema lo habéis causado vosotros: tú, barbero, por afeitar en la calle, donde se suele jugar a la pelota, en vez de en la tienda; y tú, ciudadano, por dejar a tu esclavo para ser afeitado en un sitio donde quizá corriera peligro, pues cualquiera se puede llevar un balonazo fortuito.

–¡Me niego a aceptarlo! ¡No voy a tragarme esas sutilezas de jurista! Según tu interpretación, oh Pretor, si uno sufre un daño por un balonazo aquí en el Foro, ¡no puede hacer responsable al que le golpea! ¡Es una locura, va contra toda lógica! –Y, llevado por la ira, se atrevió a decir: –¡Ya me gustaría verte a ti en mi lugar, oh Pretor, si fueras tú el agredido!

Según dijo esas palabras, un balón pasó a toda velocidad por encima de su cabeza, yendo a golpear al Pretor directamente en la cara, el cual tuvo que apoyarse en su silla para no caer al suelo cuan largo era.

El público gritó horrorizado, los guardias del Pretor desenvainaron sus espadas prestos a aprehender al responsable... hasta que vieron aparecer de entre la gente a un joven esclavo, asustadísimo, quien se arrojó a los pies del estrado balbuciendo:

–¡Perdón-señor-perdón-señor-perdón-señor, ha sido sin querer, perdón-señor-perdón-señor!

Los guardias le rodearon rápidamente y ya estaban levantando sus aceros, cuando el Pretor se incorporó tambaleándose y les ordenó con firmeza:

–¡Deteneos, dejadle ir!– Y mirando elocuentemente a los demandantes, quienes se habían quedado sin palabras, añadió: –No es culpa suya, estamos en el Foro. Le puede pasar a cualquiera.

El dueño del esclavo fallecido, discretamente, hizo a sus hombres indicación de liberar a los jóvenes, quienes arrancaron la pelota de las manos sangrientas del barbero, saludaron aliviados al Pretor y se marcharon corriendo. Después, los dos demandantes saludaron también al Pretor (a regañadientes, eso sí) y se alejaron refunfuñando entre la plebe, que seguía callada, admirada por la magnanimidad y coherencia del Pretor.




* * * * * * *

Al llegar a su casa al final de la jornada, el esclavo favorito del Pretor, Estico, se apresuró a quitarle la toga y ponerle un paño frío en la cara dolorida, mientras le comentaba sonriendo:

–Mi querido amo, esta vez te has pasado de la raya. Teniendo imperium como tienes, pudiendo imponer justicia sin dar mayor explicación a nadie... ¿cómo se te ocurre interrumpir un proceso para venir a encargar a mi joven hijo que te pegue un balonazo en pleno Foro, a la vista de todos?

–Ay, Estico... Los sacrificios que hay que hacer para que el pueblo entienda la Justicia...


Y PARA SABER MÁS:
Ya desde la promulgación de la lex Aquilia (siglo III a. C.), los juristas romanos se esforzaron por superar el concepto arcaico de responsabilidad (basado sin más culpar de un daño al que tenía contacto físico con el dañado), estudiando y desarrollando conceptos jurídicos hoy esenciales como el riesgo, la imprudencia, el caso fortuito, etc. Esta historia está basada en un caso del jurista Fabio Mela (comienzos del Principado), recogido en el Digesto de Justiniano (D.9.2.11.pr.), precisamente para ilustrar la aplicación de la lex Aquilia. Es decir, está recogido todo... menos lo del balonazo al Pretor, obviamente.
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¿Te ha gustado este post? Puedes leer más de este autor en su blog Ius Romanum (iocandi causa)

Fuente de la foto de la pelota: http://www.spainfitness.com/deportes/articulo/harpustrum.html
Fuente de las gimnastas: UNESCO-Villa del Casale (Sicilia) 

Revistas de historia: febrero de 2015.

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Muy Historia dedica un número especial a la edad de oro de Atenas, la polis que marcó, más que ninguna de las otras ciudades griegas, eso que hemos dado en llamar la Civilización Occidental. Política, educación, milicia, arte, vida cotidiana, ocio, el gran Pericles… Y un artículo que, para mí, resume como pocos lo que Atenas, con sus luces y sus sombras, nos legó: La cultura de un pueblo libre.

Desperta Ferro Antigua y Medieval se centra en un periodo muy concreto de la vida de Alejandro Magno, De Pella a Issos. Es decir, de ser un príncipe macedonio a vencedor del mayor imperio conocido en su época.

Historia National Geographic es una apuesta segura; nunca se olvida del mundo clásico y este mes no podía ser una excepción.

Para empezar el descubrimiento de una magnífica estatua de Horus en la villa Adriana y, siguiendo con los yacimientos, Cancho Roano, un conjunto de edificios de la edad de hierro extraordinariamente conservados en Extremadura. Luego la educación de los niños en la antigua Grecia, con similitudes y grandes diferencias de una polis a otra, como no podía ser de otra manera, pero siempre con un objetivo común: crear ciudadanos libres. Otra cosa que heredamos de la Grecia Clásica son los cánones de belleza, y nada los refleja tan bien como la escultura. Desde la rigidez arcaica a la expresividad realista helenística, pasando por la belleza idealizada del esplendor de las polis, los grandes artistas y sus obras son presentados ante nosotros. Un solo pero a este artículo, su reconstrucción de la policromía de las figuras me parece que peca de demasiado plana y simplista en una civilización con tan grandes pintores como escultores. Y para acabar, nunca mejor dicho, una fecha infausta, el 8 de Agosto del 378, Adrianópolis, la gran derrota donde, de hecho, desapareció el ejército romano. A partir de aquel desastre Roma se vio obligada a confiar su defensa a otros, y, por tanto, a someterse a ellos.

La Aventura de la Historia nos habla a Zenobia, la inteligente y poderosa reina de Palmira, que jugando con habilidad entre dos gigantes en horas bajas, Roma y la Persia Sasánida, logró crear un imperio que abarcaba toda Asia Menor e incluso Egipto. Podría muy bien haber triunfado, de no cruzarse en su camino un guerrero tan excepcional como Aureliano. Fortuna siempre será una diosa caprichosa.

Vive la Historia dedica su portada a los 10 líderes militares más importantes, entre los que incluye, naturalmente, a Alejandro Magno y Gayo Julio Cesar. También nos recuerda la figura de Arquímedes, uno de esos genios que hizo dar a la ciencia un verdadero salto, y Cleopatra, cuyo ascenso al poder nos cuenta en uno de sus artículos.

La abuela del backgammon se llamaba tabula (y sigue viva)

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Partida animada, en una pared pompeyana
En las tabernas y palacios; por las noches o durante las sobremesas; en los campamentos que guardaban los límites del Imperio o en las calles de la Urbe; por entretenimiento o para matar el rato en las interminables esperas que imponía la Administración... El juego era ubicuo en la Antigua Roma y cualquier sitio era bueno para echar una partida. Donde no había tableros, se esgrafiaban las baldosas de la calle o las tejas (en otro ejemplo más de uso no convencional). Las reglas de muchos de estos juegos se ha perdido, pero Javier Rodríguez y Carlos Fernández han buceado en busca de información para intentar recomponer el puzle con las piezas que han llegado hasta nosotros. Las conclusiones  de esta investigación las han recogido en el libro "Juegos y pasatiempos de la Antigüedad".


P: ¿Cómo surgió vuestro libro? ¿De dónde os viene el interés por los juegos de la Antigüedad?
Javier Rodríguez: Surgió como un aspecto más de la faceta de recreacionismo histórico de la asociación cultural Hispania Romana. Nos quejábamos muchas veces de no tener tiempo libre durante las actividades de la Legio VIII Hispana para poder descansar un poco, pero cuando lo teníamos no sabíamos qué hacer con él y hasta nos aburríamos. Me planteé recrear algún pequeño pasatiempo histórico, como un juego de dados. El primer juego que practiqué fue lanzar unas nueces y resultó ser muy divertido. En agosto de 2012 comencé a recopilar información y, para mi asombro, en apenas tres meses tenía noticia de más de 60 juegos antiguos en Grecia y Roma. Luego Carlos Fernández me presentó algunos juegos egipcios y sumerios, que yo no pensaba abordar, pero que resultaron ser sumamente interesantes. Por tanto, decidimos estudiar conjuntamente los pasatiempos históricos más representativos, ya que muchos de ellos han sido juegos que han traspasados fronteras y épocas sin perder un ápice de encanto.

P: ¿Cómo se puede estudiar los juegos a los que jugaban en la antigua Roma? ¿Hay fuentes antiguas que nos describan las reglas de algún juego?
Muchacha jugando a las tabas.
 J.R: Hay mucha información a pesar de que la gran mayoría se ha perdido. En general, los autores clásicos no sentían la necesidad de explicar para la posteridad aquellos aspectos cotidianos de la cultura de su época, aunque sí tenemos referencia de que se escribieron libros de juegos explicando las reglas: uno de ellos escrito por Tiberio Claudio, futuro emperador de Roma, que desgraciadamente se perdió. Sin embargo, autores más populares como Marcial, Horacio, Juvenal, Ovidio, Plauto, etc., comentan aspectos de su vida cotidiana y de la de sus amigos y vecinos. Por ejemplo, el poeta romano Persio Flaco evocaba su niñez recordando cuánto le aburría la escuela pues tenía que memorizar largos textos de Cicerón y otros autores serios. Con frecuencia se untaba los ojos con aceite para que la irritación le impidiese leer las lecciones: entonces su mayor deseo era salir a la calle a jugar a los dados, a embocar guijarros en un ánfora, o bailar el trompo. Suetonio relata las fiestas en el palacio imperial y de los pasatiempos favoritos de Cesar Octaviano, lo que nos informa de cuáles eran las tiradas especiales que ganaban en el lanzamiento de las tabas. Conocemos con detalle todos los tipos de pelota que usaban los romanos pero, desgraciadamente, apenas sabemos nada sobre cómo se usaban. Y, una curiosidad: el único juego de pelota cuyas reglas conocemos es gracias a Petronio que nos lo describe en el Satiricón, pero el autor no nos dice su nombre: por similitud, podría tratarse del juego del trigon pero algunos estudiosos prefieren llamarlo “el juego de Trimalción”.

La arqueología es fundamental ya que nos proporciona los auténticos elementos de juego sobre los que podemos aplicar las descripciones de las fuentes escritas y recomponer groso modo su desarrollo. Otro ejemplo fantástico: el tablero de latrunculi de la “tumba del druida”. En 1996 se excavó en Stanway, cerca de Colchester (RU), el sepulcro de un noble britano muerto hacia el año 50 d. C. Se le llama druida sin serlo porque se le enterró con una serie de instrumentos quirúrgicos, lo cual delataría su profesión médica. Sobre los instrumentos se dispuso un tablero de juego: la madera se pudrió pero las fichas quedaron en la posición original de comienzo de partida con al menos un movimientos de apertura. Aunque no estemos seguros de si es un pasatiempo aborigen o romano, si que nos dice que las piezas se mueven en vertical u horizontal; no en diagonal. Otro tanto ocurrió con los tableros del juego real de Ur, en el que se pudieron reconstruir un par de preciosos tableros a partir de las incrustaciones de hueso, concha y lapislázuli.

En general, partiendo de la escasa información original, hay que buscar analogías con otros juegos posteriores que están mejor documentados. Afortunadamente los juegos medievales provienen directamente de los juegos antiguos con escasas, y a veces nulas, modificaciones. Son estas fuentes las que nos ayudan a recomponer los mecanismos de los juegos más populares y su procedencia. Probablemente algunos textos son transcripciones de libros de juegos bizantinos, ya perdidos los originales griegos y romanos. Indiscutiblemente el más famoso es el “Juegos diversos de Axedrez, dados, y tablas con sus explicaciones, ordenados por mandado del Rey don Alfonso el sabio”, rey de Castilla: se escribió entre los años 1251 y 1280, y describe algunos juegos nuevos pero repasa aquellos más populares de su tiempo. También Isidoro de Sevilla dedica un capítulo a analizar los pasatiempos del pueblo, pero aunque a veces yerra en sus especulaciones históricas, nos habla de los elementos de juegos y trata de discernir sus orígenes. En la actualidad hay bastantes trabajos sobre el tema pero en su inmensa mayoría se editan en inglés, algo en alemán y muy poco en francés o en italiano: en español es extremadamente difícil encontrar libros. Internet es una inmensa fuente de información, pero hay que tener cuidado: o bien es de escasa calidad o bien no está suficientemente documentada.

P: La mayoría de los tableros que han llegado hasta nosotros han permanecido grabados en piedra, pero es posible que la mayoría fuese de madera. ¿Ha llegado hasta la actualidad alguno de estos tableros o alguna representación en pintura que os haya servido de modelo para reconstruirlos?
Carlos Fernández: Por supuesto, incluso de madera, sobre todo maderas nobles, y egipcios, procedentes de tumbas reales que han permanecido intactos, representaciones en pinturas, vasijas griegas y sobre todo dados de todos los tamaños y materiales y tabas.
Carlos Fernández explica las reglas del mancala.
P: ¿De qué juego se sabe más y de cuál menos?
J. R: Los juegos de dados están relativamente bien representados en la literatura: son juegos bastante simples y las reglas son escasas y claras: las partidas de los emperadores Augusto, Calígula, Nerón y Vitelio eran legendarias por su duración y apuestas, y a veces comentan las jugadas ganadoras o perdedoras. Esquilo, por ejemplo, en su obra "Agamenón", nos informa que que la mejor tirada que se puede obtener con los dados son tres seises. También Platón usa un proverbio popular para referirse a estar en una situación desesperada como si en una tirada de dados se obtuvieran “tres seises o tres ases”; es decir, o todo o nada. Quizá se hayan perdido algunas variantes, pero los juegos básicos han perdurado a lo largo de la historia incluso hasta nuestros días. Las tabas se juegan exactamente igual ahora que hace 25 siglos, pero el sistema de puntuación antiguo es diferente: Suetonio nos dice que para los romanos la ganadora era la “tirada de Venus” y la fatídica era la de los “buitres”. Son jugadas especiales que hacen perder a ciertas tiradas altas o ganar a algunas bajas. Afortunadamente comparando varias fuentes distintas podemos recomponer todas las jugadas posibles y su puntuación.

Los más difíciles de recrear son los juegos de tablero, de los que los arqueólogos han encontrado muchísimos elementos de juego intactos (latrunculi, senet, juego de Ur, tabula, etc.) pero se desconocen las reglas. Muchísimas cerámicas griegas se decoran con escenas de la Ilíada y la Odisea, en el que Palámedes (el inventor de los pasatiempos, según los griegos) y Odiseo se enfrascan en una entretenida partida ante un tablero… pero no se puede apreciar de qué juego se trata o cómo están dispuestas las piezas. Otra fuente son las tumbas, donde se depositaba todo aquello que el difunto apreciaba en vida, entre ellos sus juegos favoritos. En las paredes de las egipcias también se representa a la gente echando una partida al senet (o similar) con su esposo/a.

Sin embargo hay un ejemplo de juego histórico original del que se tienen las reglas: la tabula. Es el antepasado directo del backgammon (chaquete o tablas reales) en el que el jurista Julio Pólux, curiosamente en un tratado de jurisprudencia, comenta una partida del emperador de Bizancio, Zenón. Señala la posición exacta de todas las piezas en el tablero y la puntuación que obtuvo al lanzar los dados. Al detallar la jugada que se vio obligado a realizar y que le hizo perder la partida a pesar de tener mejor posición que el contrincante, podemos apreciar qué movimientos estaban permitidos, cuales prohibidos y deducir las reglas que los restringen. De hecho podemos reconstruir el juego con un 95% de certeza y comprobar que es casi idéntico al backgammon moderno, cuyas reglas fueron reformadas en Inglaterra en el siglo XVIII.

Javier Rodríguez (izq.) y Carlos Fernández guían una partida de tabas.
P: ¿Cuál era el juego más extendido?
J. R: Eran muy populares, sin duda, los dados y las tabas. Pero quizá el más universal sean los juegos de terni lapilli (el “tres en raya”), con sus múltiples variantes. Las piezas son guijarros, cuentas de vidrio o semillas grandes y el tablero es tan simple que se puede grabar en el suelo, sobre una teja rota o sobre la simple tierra. Las ciudades romanas están llenas de estos tableros rasgados en cualquier rincón; especialmente en los edificios públicos, a disposición de cualquiera para aliviar la tediosa espera de la burocracia. Estos tableros son exactamente iguales a los que nos encontramos por toda Europa en sillares de cualquier construcción: catedrales, puentes, palacios, calzadas, etc. Fueron hechos por los canteros para distraerse durante las horas de descanso, lo cual nos dice que tales juegos nunca dejaron de jugarse y se practicaban en idénticas circunstancias. Como cobraban por piedra labrada, reutilizaban todas y por eso podemos encontrar tableros grabados en los rincones más inverosímiles de cualquier edificio antiguo. Uno de estos tableros de tres en raya se encuentra discretamente grabado en el mismísimo trono de Carlomagno, que se puede visitar en la catedral de Aquisgrán. Se dice que está fabricado con losas traídas de Jerusalén: concretamente del suelo del palacio del rey Salomón. Podemos dudar de la leyenda pero no de la pieza material.


P: ¿Hay algún juego de la Antigüedad al que se siga jugando hoy en día? O, al menos, si no es el mismo, una evolución de aquellos. 
J. R: ¡Muchísimos! Casi todos los que jugaban nuestros abuelos son de origen medieval… pero incluso éstos son variantes de juegos romanos que, a su vez, fueron copiados de los griegos, que los adaptaron de algunos juegos de Egipto y de oriente. Podemos considerar antiguos las tabas, las chapas (cara o cruz), los dados, las canicas, el aro, la peonza… todos ellos con más de tres milenios de antigüedad. Ya he nombrado el tres en raya, pero la familia de juegos más extendida del mundo es la del mancala, que se practica en toda África y gran parte de Asia en centenares de variantes. Probablemente se trate del juego más antiguo del mundo, de origen neolítico: wari, owari, awale, agualé, etc. son nombres que indican un origen común y las diferencias entre las variantes de cada región son escasas. Es un juego de colaboración creado por una sociedad agrícola, ya que la mecánica consiste en sembrar semillas en el tablero y recogerlas en determinadas circunstancias. El área geográfica en que se practica estuvo sometida a grandes migraciones históricas, la llamada expansión bantú, que desde el golfo de Guinea expandió las excelentes técnicas agrícolas por todo el continente. Todo ello se puede documentar, en varias oleadas, entre los siglos XXX y V a. C. Posteriormente, los musulmanes extendieron estos juegos por todo el Índico, norte de África, Asia central y extremo oriente hasta Filipinas. El tráfico de esclavos llevó en juego a América, y la emigración del siglo XX lo introdujo, aunque tímidamente, en Europa. Resulta curioso comprobar la popularidad de este juego tan típicamente africano en Estonia.

El backgammon es el único juego de origen romano que se practica hoy, con la diferencia de que ambos jugadores mueven las fichas sobre el tablero en direcciones contrarias, mientras que originalmente lo hacían en paralelo. Solo los juegos de naipes, de origen tardo medieval o moderno, quedan excluidos de esta categoría de juegos antiguos, aunque tampoco hay que despreciarlos por ello.

Estudiando el tema me he quedado muy sorprendido al comprobar que aproximadamente el 80% de los juegos que yo mismo he practicado de niño tenían, sin yo saberlo, su origen en Grecia y Roma. Al fin y al cabo de Pericles apenas me separan entre 100 y 120 generaciones.

P: Tabas y dados parecen unos elementos muy rudimentarios de juego. ¿Se puede presumir, por la antigüedad de aquellos tiempos, que los juegos eran más simples o tenían menos profundidad que los actuales?
J. R: En origen sí; y estamos hablando del IV milenio a. C. Sin embargo el juego es una actividad social y, por tanto, evoluciona al mismo ritmo que la civilización. A medida que la sociedad se hace más compleja, y eso ocurre ya a finales del neolítico, surge la especialización en el trabajo y la aparición de las clases sociales. Son las clases altas las que pueden permitirse el lujo de tener ocio, y para llenarlo crean actividades lúdicas, distracciones y juegos de mesa. Aquí es donde nacen los juegos abstractos como simples pasatiempos. Encontramos juegos tácticos, como el juego real de Ur en Mesopotamia o el senet en Egipto, que son realmente sofisticados y modernos ya en el siglo XXV a. C. Son más sofisticados que el parchís, por ejemplo, y me atrevo a decir que más divertidos y emocionantes. Si defiendo la “modernidad” de estos juegos milenarios en porque encuentro que su jugabilidad es comparable con pasatiempos tan populares hoy en día como el parchís, la oca o el ajedrez… y también por las memorables partidas de senet o juego de Ur que hemos jugado Carlos y yo hasta el amanecer.

Los dados cúbicos más antiguos del mundo aparecieron hace unos años en el éste de Irán, pero al haber sido extraídos ilegalmente del estrato arqueológico no podemos datarlos con exactitud: se les supone la misma edad que el yacimiento, que se fecha entre el 3000 y el 1500 a. C. Hoy en día seguimos usando exactamente el mismo tipo de dados, sin modificación alguna… como si no hubiese pasado el tiempo por ellos.

P: ¿Estaban más extendidos los juegos de azar o los de estrategia?
C. F: Ambos tenían su público y su momento. Los primeros son mas rápidos de jugar. Una sola tirada determina el ganador, mientras que en los segundos hay que echar una partida, como ejemplo los juegos "rasgados" en las piedras, que podemos encontrar en escaleras o calzadas, casi siempre. Un molendinum o un terni lapilli es estrategia pura.

Tablero grabado sobre una teja. Museo de Calatayud.
J. R: No creo que podamos concretar mucho respecto a su difusión: todo depende del nivel social. La gente humilde se entretiene con juegos simples (tabas, dados, semillas, nueces, guijarros, etc.) pero que también tienen un grado de sofisticación que los equipara incluso con el ajedrez moderno. El rico puede permitirse el lujo de tener tiempo libre para jugar largas partidas sobre tableros de maderas nobles con piezas de marfil o cristal; pero tanto patricio como el plebeyo se entretienen con los mismos juegos. El tipo de juego varía según la situación: dados y tabas en una partida rápida fuera de casa y juegos de tablero en el sosiego del hogar, en un ambiente más social tras un banquete con familia y amigos.

Resulta curioso que a los soldados les gustasen más los juegos de estrategia, como el latrunculi y la tabula, que los de azar, pero esto también pudiera haber sido dirigido por los oficiales, ya que éstos fomentan el pensamiento, la reflexión y táctica frente al impulso irracional y la mera fortuna del momento. Tal vez formaran parte del sistema educativo, ya que antiguamente se apreciaba el valor formativo y educacional de los juegos desde la infancia: Aristóteles, Ovidio y Juvenal, por ejemplo, son de ésta opinión. También los juegos de pelota se fomentaban, pero como ejercicio gimnástico o de diversión, no como deporte regulado o espectáculo de masas.

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Si te ha gustado la entrevista, no te pierdas la segunda parte en la que hablamos de los usos sociales asociados al juego

"Allí donde se juntaban dos romanos, se jugaba una partida a algo"

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Han pasado 25 siglos, pero los juegos que amenizaron la vida de egipcios, griegos o romanos se pueden disfrutar de nuevo gracias a un ejercicio de deducción basado en el cruce de datos arqueológicos y documentales. Los apasionados investigadores de juegos que se creían perdidos nos hablan, esta vez, de la presencia que estos entretenimientos tenían en la sociedad.



P: La imagen tradicional del pueblo romano le presenta como un amante del juego, especialmente del azar. ¿Esa imagen se corresponde con la realidad?

Dado egipcio de 24 caras.
J. R: Sin duda. Los aledaños de las basílicas romanas están llenos de tableros grabados en las losas del suelo. En casi todos los yacimientos romanos se han encontrado miles de piezas de tabula y latrunculi. Los dados se encuentran por todo el Imperio. En el Mediterráneo hay dos zonas donde la sobreabundancia de tableros destaca por encima de los demás: los alrededores de Roma y la Campania, en Italia, y la costa de Jonia, en el éste de la moderna Turquía. En el rincón más alejado del Imperio Romano siguen apareciendo dados y tabas, lo que indica que allí donde se juntaban dos romanos se jugaba una partida de algo. Otra cosa curiosa es comprobar el uso de otros poliedros regulares para crear dados de 8, 10, 12, 20 ó 24 caras. Hoy son muy comunes en los juegos de rol, pero los ejemplos más antiguos provienen del Egipto recién incorporado al imperio romano.

P: A la hora de escribir su obra "Juegos y pasatiempos de la Antigüedad", ¿han encontrado algún caso de ludopatía en la Antigua Roma? ¿Alguien que perdiese todo su patrimonio por su afición al juego?
J. R: Sí, sobre todo en deudas por apuestas en las carreras de caballos. Pero desde muy temprano (siglo IV a. C.) ya aparecen las llamadas leges aleariae que intentan regular no el juego, cosa imposible, sino las apuestas. De hecho se prohibió el juego por dinero, pero del fracaso estrepitoso de éstas medidas habla que constantemente se promulgaban nuevas leyes casi idénticas a la anterior. Lo único que se consiguió fue hacer clandestinos los juegos de dados. Los tribunales no reconocían las deudas de juego, con lo que se recurría a matones profesionales para intentar cobrarlas. Se calcula que en Roma al amanecer aparecían por las calles aproximadamente un millar de cadáveres al año, buena parte de ellos fruto de las broncas tabernarias y por cobro de deudas de juego.

Respecto a casos particulares, no hay muchos con nombre y apellidos pero, se sabe que Calígula trucaba sus dados y obligaba a los senadores ricos a participar en sus banquetes, que invariablemente terminaban con una partida: cada jugada exigía apuesta mínima de cientos de sestercios y el emperador exigía el pago puntual de sus ganancias sin perdonar una moneda. Lo mismo hizo Nerón, en cuyas partidas la apuesta mínima era de hasta 400.000 sestercios en cada tirada. Es cierto eso de que “hecha la ley, hecha la trampa”, porque en una de sus filípicas Ciceron reprocha a Marco Antonio el haber prevaricado liberando a un amigo llamado Licinio Dentícula, condenado por una lex alearia, simplemente por el placer de poder seguir jugando con él.

También tenemos un ejemplo contrario en el que triunfa la buena fortuna. Un ciudadano anónimo de Pompeya quiso proclamar públicamente su buena suerte en un grafiti callejero, en el que decía haber ganado en la vecina ciudad de Nuceria la exorbitante cantidad de 855 denarios y medio: eso equivale a 3.422 sestercios. Si queremos hacernos una idea de cuánto es esto pensemos que en el siglo I d. C. una toga de buena calidad costaba 50 denarios, un calzado elegante unos 150; un maestro de escuela ganaba 180 denarios al año y por un esclavo normal se pagaba entre 500 y 1500.

P: ¿Había juegos típicamente romanos? ¿O se jugaba a lo mismo por todo el Mediterráneo, con independencia de los pueblos y las civilizaciones?
J. R: Se ve claramente un flujo de juegos que vienen de oriente, y desde Mesopotamia o Egipto saltan a Grecia y de ahí a Roma y el resto del mundo conocido. Quizá el único juego original romano es el de la tabula (antepasado del backgammon), ya que la primera noticia que se tiene es en la región de Etruria en el siglo III a. C. Entorno a los años 50 del siglo I d. C. Surge en Roma una variante con 36 casillas que resultó tan popular que casi hizo desaparecer el juego original. Sin embargo, esta moda duró un par de siglos, ya que poco a poco se volvió, en época bizantina, al primitivo tablero de 24 casillas. El resto puede rastrearse su origen en Grecia. Los propios griegos reconocían el origen extranjero (en Lidia o Fenicia) de algunos juegos, pero preferían atribuírselos a Palámedes de Argos, uno de los guerreros participantes en la guerra de Troya: se dice de él que era el más inteligente de todos los griegos, lo que desató los celos del mismísimo Odiseo, que no dejó de practicar hasta lograr ganarle una partida (y de urdir falsos testimonios para procurar su muerte).

C. F: Hay que pensar que el juego es una forma de aprendizaje, tanto mental como social. Desde niños jugamos, aprendemos a socializar con los demás a través del juego. Luego aprendemos a competir, a ser ganadores y perdedores. Todas las civilizaciones establecen sus juegos. Imagina el wari o mancala, el juego de mayor éxito de la historia, jugado en todo el mundo conocido y con más de 200 versiones; es el llamado juego nacional de África y todavía perdura y se practica en torneos internacionales.

P: A tenor de las referencias en las fuentes antiguas, ¿se puede construir una historia del juego en la que se vea qué juegos estaban más en boga en unos momentos u otros? ¿Se puede ver si ciertos juegos fueron evolucionando o cayendo en el olvido?
J. R: Sí, y aquí la arqueología moderna es fundamental. En Egipto los ajuares funerarios nos marcan la moda y el mobiliario habitual: Tutankamón se llevó a la tumba cinco tableros de tres variantes distintas de senet, dos de las cuales desconocemos cómo se jugaban, y también nos ha proporcionado el trompo más antiguo del mundo. La cerámica griega también refleja las actividades cotidianas favoritas del momento: y nos muestra que los niños jugaban con aros y yoyos en el siglo V a. C. Los primeros dados cúbicos aparecieron en Irán no antes de siglo XXX a. C. o encontramos en algunos templos exvotos en forma de peonzas, nueces, etc. En tumbas infantiles se han hallado varios ejemplares de muñecas de madera y marfil, con sus extremidades articuladas y su pequeño ajuar de joyas y menaje de mesa: se supone que también tendrían pequeños vestidos intercambiables.

Demostración de juegos romanos.
Es raro que un juego desaparezca o caiga en el olvido sin que le sobreviva alguna variante. Aunque se derrumben los imperios la gente sigue viviendo como siempre y manteniendo casi intacta eso que ahora llamamos“cultura popular”. Un caso excepcional es el del juego egipcio del mehen, o juego de la serpiente. Popularisimo durante el Imperio Antiguo (hay docenas de piezas, tableros y pinturas alusivas en tumbas), en torno al año 2000 a. C. desaparece absolutamente. Se cree que la revolución religiosa que se produjo al surgir el Imperio Medio prohibió representar serpientes (el dios Mehen originariamente era benévolo) para evitar invocar a Apofis, el dios serpiente infernal que intenta a diario destruir el mundo y matar al Sol en su tránsito nocturno por el inframundo. Solo sobrevivió durante un puñado de siglos más en Chipre y en Sudán, donde hace un siglo que se descubrió que los nómadas jugaban a un juego muy similar que los antropólogos quieren ver como un descendiente directo de este juego. Otros, por similitud del tablero en espiral, quieren asociarlo con el moderno juego “de la oca”, pero no existe conexión alguna ya el testimonio más antiguo de éste último es del siglo XVI, en tiempos de Felipe II.

P: En las fuentes antiguas, ¿suele asociarse el juego con el vicio o la vagancia? ¿Tenía mala fama el juego? ¿Qué relaciones tenía el Estado con el juego?
J. R: No siempre fue así. Originalmente el juego surge como un pasatiempo ya que los cazadores y recolectores del neolítico, tal como ocurre en algunas tribus primitivas de la actualidad, apenas necesitan invertir cuatro o cinco horas diarias para proveerse de alimento o abrigo. El exceso de tiempo libre hizo surgir la música, el canto, el baile y el juego. Al principio eran juegos de imitación en el que los niños aprendían la lanzar piedras, dardos, flechas, a correr, a imitar voces de animales…; habilidades útiles para su vida adulta. Luego nacerían los entretenimientos más simples allá por el VI milenio a. C.: canicas, peonzas, tejuelos, etc. Los juegos de tablero, que son netamente abstractos, parecen proceder de ciertos rituales religiosos de adivinación (geomancia) pero parece que enseguida se ensalzaron sus virtudes lúdicas como pasatiempo y actividad social entre los adultos (circa III milenio a. C.), al menos en las clases más privilegiadas.

Los juegos de dados alcanzaron mala fama por culpa de las apuestas, ya que generaban grandes altercados en las tabernas y también ajustes de cuentas por deudas de juego. Parece claro que las apuestas nacen al mismo tiempo que la economía monetaria, en Lidia en los siglos VII y VI a. C. Por ejemplo, en Egipto, cuya economía era de trueque hasta la conquista persa, no parece que se apostase: las egipcias no se quejaban de que sus maridos perdieran el jornal ganado con las tabas, sino que se fueran con los amigotes a una taberna hasta caer ebrios.

Los romanos crearon leyes contra el lujo y la ostentación, para evitar el despilfarro de las riquezas en banquetes y funerales… y también en el juego. Son las leges aleaiae, o leyes contra el juego de las que conocemos multitud de ejemplos. Todo esto no erradica los juegos de azar, ya que existen excepciones o se realizan pequeñas concesiones a la libertad de los ciudadanos. Cosa curiosa, solo se toleraban de forma libre y pública los días de las Saturnales, entre el 17 y el 23 de diciembre. Era una especie de carnaval en que se permitía todo lo contrario que el resto del año: se intercambiaban regalos, los señores servían la mesa a los siervos, y a todos se les dejaba jugar y apostar en público… incluso a los esclavos. Cicerón considera a los jugadores como personas de baja condición, equiparándolos a comediantes y proxenetas, y los llama delincuentes, junto a ladrones y adúlteros. Al menos en Roma se considera la ludopatía como un vicio moral y los ediles estaban facultados para intervenir de oficio en lo relativo a la vigilancia y represión de los juegos de azar, imponiendo severas multas a los jugadores. Los pretores también actuaban por la denuncia de cualquier ciudadano que les informara sobre cualquiera que hubiese ganado en un juego prohibido. La paradoja es que, en realidad, nadie denunciaba estos casos. Imaginemos que en una apuesta el ganador denuncia al deudor: la ley le ampara y el tribunal ordenaría al perdedor cumplir escrupulosamente con el pago pero, a continuación, impondría al denunciante una multa por el cuádruplo de esa misma suma por haberse lucrado con el juego.

Y quizás el retrato mejor del amor de los romanos por el juego es un grafiti en Pompeya donde, a modo de viñeta de comic, se relata la primera bronca tabernaria de la que tenemos noticia:

Jugador 1 – ¡He terminado!

Jugador 2 – No es un tres, es un dos.

Jugador 1 – ¡Tramposo! He sacado un tres. ¡He ganado yo!

Jugador 2 – Perdona, mamón… ¡He ganado yo!

Posadero – ¡Id a reñir fuera!
Reyerta tabernaria grabada en una pared pompeyana.
Resulta paradójico que Tácito acusara a los germanos de ludópatas, cuya pasión les hacia apostar a los dados no solo su patrimonio sino también su propia libertad personal. En cambio Juvenal satirizaba a sus compatriotas romanos, capaces de escatimar unas monedas en una simple túnica para su esclavo y perder a continuación cien mil sestercios en una apuesta.

P: ¿Había juegos asociados a ciertos colectivos o grupos sociales: infantiles, de soldados, de mujeres…? 
J. R:Sí; ciertamente parece que existiera una valoración moral para los juegos que los etiquetaba como apropiados para ciertos colectivos y que, de forma tácita, excluía a los demás. Se fomentaba el juego en los niños, como actividad tanto lúdica como formativa. Los juegos con nueces eran tan típicamente infantiles que la ceremonia del paso de la infancia a la adolescencia se le denominaba nuces relinquere; es decir, “abandonar las nueces”. Ver a un adulto jugando a estos juegos de niños era mal visto y, si lo hacía regularmente, se consideraba síntoma de demencia y chochez… cosa que nadie le reprochó al emperador Octavio Augusto, que jugaba constantemente con sus nietos y otros niños con nueces, canicas, etc. Durante la primera infancia, niños y niñas tenían juegos comunes, pero enseguida divergen: que un niño jugara con muñecas era censurado como síntoma de afeminamiento. Los juegos de tabas se estimaban más apropiados para las mujeres, probablemente porque no implicaban apuestas, ya que había muchos juegos de habilidad y lanzamiento que no siempre requerían puntuación. Los dados se restringían, en lo posible, a los hombres adultos. Aparte del entretenimiento es sí, Ovidio nos cuenta que eran una eficaz herramienta para ligar, ya que se agradaba a la amada si se la dejaba ganar disimuladamente, o se conseguía fugaces y disimuladas caricias al pasarle los dados en mano, o que se alargaban artificialmente las citas amorosas con la excusa de una partida tranquila donde conversar calmadamente.

Paletilla con los orificios de donde se sacaron fichas para jugar

Con los juegos de tablero no había tanto problema, ya que fomentaban la reflexión a la hora de realizar cada jugada. De hecho, los autores clásicos remontaban sus orígenes a algún guerrero famoso, que los creó para mitigar el aburrimiento durante las treguas militares. Tal es el caso del latrunculi romano o el petteia griego, que simulan batallas incruentas de ejércitos batiéndose uno contra otro sobre el tablero. Como caso paradigmático, en el campamento romano de Petavonium, en Rosinos de Vidriales (Zamora), se han hallado restos de 70 piezas relacionadas con este juego: 10 tableros de ludus latrunculorum; 25 fichas de pasta vítrea de colores, 31 de cerámica y 3 de hueso trabajado. Todo ello está datado entre los siglos II y IV d. C. Si tenemos en cuenta que solamente se ha excavado el 1,2% de su superficie, creo que estamos ante la mayor concentración de piezas de juego de todo el Imperio Romano: podríamos tener la duda de si se está excavando un campamento militar o un casino.

A los muchachos y jóvenes se les impulsaba a practicar juegos de pelota, Tanto individuales como por grupos, como ejercicio gimnástico tonificante, apto también para adultos y ancianos como gimnasia de mantenimiento. Recuérdese las palabras de Juvenal: "orandum est ut sit mens sana in corpore sano". A los soldados se le animaba a jugar al harpastum, un juego de pelota por equipos parecido al rugby donde el fin justifica los medios: la violencia permitida era tal que tenemos noticias de partidos con víctimas mortales. Lo más parecido que podemos encontrar hoy es un partido de gioco del calcio, cuya versión medieval se recrea todos los años en Florencia. Precisamente, se dice que el primer partido internacional de la historia fue de harpastum, entre legionarios romanos y nativos britanos. El resultado fue favorable a los locales; Britania 1, Roma 0.

P: ¿Dónde y cuándo se solía jugar en la Antigua Roma? ¿Existían establecimientos de juego donde la gente iba a jugar y apostar?
J. R: Si hacemos caso a los autores más populares, cualquier lugar y excusa era válida. Los niños corrían por las calles y jugaban con nueces, aros, peonzas y guijarros. Los jóvenes ponían en riesgo a los peatones con sus partidos de pelota en cualquier plaza, etc.

Es sumamente frecuente encontrar dados horadados intencionadamente que, desde nuestro punto de vista moderno, parece que se hiciera con intención de trucarlos: nada más lejos de la realidad. El objetivo era poder llevarlos enhebrados en un cordón para no perderlos y poder jugar en cualquier lugar. Si se hace correctamente el dado no queda desequilibrado y no se altera significativamente la esperanza de obtener cualquier resultado. De hecho, tenemos noticia, por inscripciones y epitafios, de algunos artesanos especializados en fabricar elementos de juego: es el aleator.

Elementos de juego. Museo de Albacete. Foto: Rafael del Pino

Vemos tableros grabados en el suelo de plazas y edificios públicos, e incluso tableros públicos en parques, jardines y termas donde la gente podía llevar sus fichas y echar la partida con los amigos. En ese sentido, el ocio público es un invento que los romanos llevaron hasta sus últimos extremos: dedicaban la tarde al ocio mientras que la mañana estaba ocupada con asuntos privados (negocio = nec otium = tiempo del “no ocio”).

Seguramente este ocio es algo importado de los griegos, a través de los etruscos y campanos, de su costumbre de cenar recostados y finalizar los banquetes con un symposium: tiempo para oír música, recitar poesía, discutir de filosofía, beber, jugar a los dados y deleitarse con las danzas de encantadoras muchachas… No era extraño terminar con una partida de tabula o de dados, pues el tiempo entre el inicio de la cena y el retirarse a dormir se considera otium privatum; ocio privado donde no se atienden asuntos de ningún tipo y se ejerce en la intimidad de la casa.

Por las excavaciones en las antiguas ciudades vemos la abundancia de establecimientos de comida rápida y esparcimiento. Por la mañana abrían las termas para las mujeres (los hombres iban por la tarde); a partir del mediodía se atestaban las tabernas para tomar un bocado o un vaso de vino a cualquier hora; y por la tarde los prostíbulos recibían a los clientes hasta altas horas de la noche. En una ciudad atestada, con unos alquileres elevadísimos por minúsculas habitaciones, la gente hacia su vida cotidiana en las calles y la taberna era el punto de reunión de los ciudadanos. Si bien la ley perseguía el juego, la picaresca siempre iba tres pasos por delante. Se toleraban todos los juegos que no usasen dados, como inocentes pasatiempos. Sin embargo, los juegos de tablero con dados se disimulaban convenientemente: no se apostaba con dinero sobre la mesa sino que se pactaba de palabra la suma a jugar. Así, en caso de que las autoridades realizaran una inspección sorpresa no se concurría en delito explícito. En realidad, muchas tabernas tenían alguna trastienda o habitación superior donde los clientes podían apostar y beber sin límite a resguardo de miradas indiscretas. El moderno concepto de casino es romano, pues se sabe que varios emperadores aprovechaban los banquetes en palacio para organizar subastas de obras de arte y cargos públicos, también timbas de juego en los que los invitados estaban obligados a participar. Calígula, Nerón, Domiciano, Cómodo, Heliogábalo y algunos otros emperadores aliviaron la bancarrota de las arcas del Estado con las ganancias. Ya se sabe… ¡la banca siempre gana!

Quinto Delio, el saltacaballos

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  En los trepidantes años del final de la república romana, sobrevivir en política era una virtud solo al alcance de tipos capaces de mezclar la simpatía con la traición más descarada. Lo importante era seguir vivo un día más, sonriendo al lado del triunfador de turno. Quinto Delio fue un verdadero especialista en este arte. Hasta Horacio le dedicó una de sus odas.

 Ya hemos hablado de otros personajes semejantes, como Baso y Cornificio. Pero Delio fue el no va más y el ejemplo tomado como modelo. Escipión Nasica, otro de tipo de cuidado, lo llamó el “desultor bellorum civilium” (el saltacaballos de las guerras civiles) porque, al igual que los “desultores”, artistas que hacían malabarismos sobre caballos en el circo, nuestro Delio saltó de un bando a otro de las guerras civiles con igual destreza,  intuyendo el mejor momento para dar el salto. 
 Sobre sus orígenes sabemos muy poco, aparte de que era un équite romano que debió nacer por los años 70 del siglo I a.C. 
 Aparece por primera vez siguiendo a Cornelio Dolabela, el yerno de Cicerón.  Este Dolabela era un joven patricio, seguidor de César, y también uno de los mayores juerguistas y despilfarradores de Roma, que siempre andaba perseguido por sus acreedores. Sin embargo, Cicerón en sus cartas nos habló bien de su joven yerno. Así que suponemos que Dolabela fue uno de esos tunantes que caen simpáticos para desgracia de la gente que los rodea. 
  Dolabela siguió a César en todos los frentes de la guerra civil contra Pompeyo, desde Grecia a Hispania, donde fue herido en combate en la batalla de Munda. Suponemos que Delio lo siguió en todas estas lides y aprendió bastante de la simpatía traicionera de su jefe. 
 César, agradecido, prometió a Dolabela, de solo 25 años, el consulado para el año 44 a.C. Algo a lo que se opuso Marco Antonio desde su cargo de augur. Iban a discutir el asunto en el Senado justo el día en que acuchillaron a César. 
 Tras su muerte, Dolabela cambió de bando al día siguiente. Asumió el consulado y prohibió acudir a la tumba del “tirano” César bajo pena de cruz o vuelo libre desde la roca Tarpeya.  Pero pronto Marco Antonio, su antiguo rival en el bando cesariano y que lo conocía bien, supo la manera de camelarlo: le otorgó la dirección de la campaña contra los partos. 
 Pensando en las riquezas de Oriente, Dolabela cambió de bando de nuevo y se marchó a Asia a ganar la gloria. Por detrás, Quinto Delio tomaba notas de su maestro.  
 Durante su camino, el simpático Dolabela se pasó extorsionando, robando y saqueando a todo el que pudo. Las quejas llegaron a Roma, donde Marco Antonio ya no tenía el control.  El Senado encomendó a  Casio, el asesino de César y gobernador de Siria, que frenase al desmadrado de Dolabela. 
 Quinto Delio ya había aprendido lo suficiente como para darse cuenta de que era el momento de practicar: abandonó a Dolabela y se pasó al bando de Casio. Dolabela fue vencido en Laodicea y se suicidó muy romanamente, que para algo era un patricio. Era el año 43 a.C.

 Al lado de Casio, Delio no estuvo mucho. El año siguiente, viendo como estaba el asunto, Delio se pasó al bando de los triunviros, en particular al de Marco Antonio. La derrota de Bruto y Casio en Filipos confirmó su buen olfato. Era el año 42 a C.

Filipos, a punto de empezar lo bueno


A partir de ese instante, Delio fue un fiel colaborador de Marco Antonio, que lo tuvo en mucha estima, sobre todo por sus dotes de diplomático embaucador. 
 En el año 41 a.C. lo envió a Egipto a ordenar a la reina Cleopatra que fuera a Tarso, para responder por la ayuda que había dado a Casio. El astuto Delio, al llegar a Alejandría y presentarse ante la reina, según nos cuenta Plutarco en su Vida de Antonio:

“vio su semblante y en sus palabras descubrió su talento y sagacidad, al punto se impuso de que Antonio no haría mal ninguno a una mujer como aquella, sino que más bien sería, desde luego, la que privase con él. ” 

Sí, es lo que parece... Delio fue el celestino de Marco Antonio y Cleopatra. 
 Durante su estancia en Alejandría, se ganó a la egipcia para que fuera a conocer a Marco Antonio sin temor, ya que era “el más dulce y humano de todos los generales”. La reina vio una oportunidad de ligarse a uno de los hombres más poderosos del mundo y no perdió la ocasión: “Creyó Cleopatra a Delio”, resume Plutarco. La gran embaucadora fue embaucada. El resto de la historia ya la sabemos. 

Cleopatra llegando a Tarso... fiel a su estilo.

 En el año 40 o 39 a.C. Marco Antonio lo envío a Judea. El Senado romano había nombrado rey al famoso Herodes en contra del usurpador Antígono, protegido de los partos. Nuestro Delio fue en calidad de ayudante del rey (junto con muchos soldados romanos) y ojo atento de Marco Antonio sobre la región. 
 Menudo caos debieron formar Delio y el tarambana de Herodes con sus legionarios por la Judea de entonces, pero no nos quedan textos de sus tropelías. Solo sabemos que tras dos años de lucha, el usurpador Antígono acabó en la cruz y Herodes en el trono. 
 En el 36 a.C.  Delio volvió a Judea con el difícil encargo de reponer como Sumo Sacerdote del templo de Jerusalén a Aristóbulo, cuñado de Herodes. Resulta que Herodes, que siempre fue adicto a las peleas familiares y mandaba ejecutar parientes con psicopática alegría, había cesado a Aristobulo y puesto a otro en su lugar, pero Aristóbulo protestó a la pareja glamurosa del momento, Cleopatra y Marco Antonio, que enviaron a Delio a poner firme a su amigo. 
 Con su habitual tacto, Delio convenció a Herodes de que repusiera a Aristóbulo en el cargo para evitarse problemas con la pareja del glamour. Lo que ya no sabemos es si también aconsejó a Herodes arreglar el asunto de otra manera, como hizo más tarde: ahogando a Aristóbulo en su bañera.  

Moneda de "Herodes Basileo" (Herodes el rey)

  Poco después, Delio acompañó a Marco Antonio en su desastrosa expedición a Armenia, de la que ya hablamos en la vida de Ventidio Baso. Seguramente, tras esa locura que tantas bajas causó al ejército romano, nuestro Delio empezó a sospechar de las posibilidades de éxito de Marco Antonio en caso de una confrontación con la estrella emergente de Octavio. 
 Por otra parte, su relación con Cleopatra durante estos años iba cada vez a peor. Principalmente porque Delio era quien le buscaba jovencitas a Marco Antonio, al que le iba el fornicio cantidad, pero también porque, como nos cuenta Plutarco

 “A otros muchos de los amigos de Antonio echaron de allí los aduladores de Cleopatra, por no poder aguantar sus insultos y provocaciones, siendo de este número Marco Silano y Delio el Historiador. De éste se dice que temió además las asechanzas de Cleopatra, dándole aviso Glauco el médico; y es que había picado a Cleopatra, diciéndole en la cena que a ellos se les daba a beber vinagre, mientras Sarmento bebía en Roma vino Falerno. Este Sarmento era un muchachito de los que servían al entretenimiento de César, a los cuales los Romanos les llamaban delicias.”


  A Delio lo llama “el Historiador” por algo que luego contaremos, pero fijémonos en que Delio debía estar bastante descontento de su situación y lo demostraba con un humor sarcástico, en la mejor línea de la sátira romana. 
 También sabemos por Séneca que Delio escribió cartas lascivas sobre Cleopatra que todavía se leían en su tiempo, 100 años más tarde. Una prueba de que el erotismo literario perdura hasta que llega el censor de turno. 

La Alejandría de Cleo y Marco


 Llegamos al fatídico 31 a.C., cuando Marco Antonio y Octavio deciden zanjar su disputa por el imperio en una de esas guerra civiles que montaban los romanos como si fueran ferias. A Delio, su jefe le encargó reclutar tropas en Macedonia y Tracia, una tarea que realizó con eficacia... pero tan pronto las reclutó se pasa con ellas al bando de Octavio.
  Su experiencia en saltar del caballo ya le daba avisos de que la causa de Marco Antonio y su reina egipcia estaba perdida.  Así que para cambiar de bando pretextó el miedo que le causaba la egipcia, alegando que quería asesinarlo... una excusa que puede ser cierta, aunque llevaba más de diez años bromeando en los banquetes de Marco Antonio y Cleopatra.
  Así que otra vez volvía a cambiar de bando justo antes de la derrota de su jefe. Lo que demuestra su habilidad para percibir las causas perdidas y escapar antes de que lo perdiesen a él. 
 Luego llegó la batalla de Actium, la derrota de Marco Antonio y el final romántico de los dos amantes. Pero Delio siguió a lo suyo, sobreviviendo sobre su nuevo caballo; ahora bajo la protección de Octavio, que, vaya casualidad, también lo tuvo en mucha estima.  

 Delio se apartó de la primera línea política y se dedicó a escribir sobre la historia que había vivido. Lástima que no nos quede nada de sus obras, que seguro que contenían más de una ironía, picardía y sátira inolvidable. Pero su relato de la fracasada campaña en Armenia de Marco Antonio sirvió de fuente a Plutarco y otros escritores, como Estrabón. De ahí le vino el apodo de “Historiador”.

Reunión en casa de Mecenas... por ahí anda Delio.


 No sabemos cuando murió Quinto Delio. Con toda probabilidad en el reinado de Octavio... perdón, ya era Augusto. Pero es probable que en sus últimos años visitará el circulo de Mecenas y es más que probable que su picante sentido del humor favoreciera la amistad con el epicúreo poeta Horacio, que le dedicó una Oda, la tercera del segundo libro, la cual comienza:

“Aequam memento rebus in arduis
servare mentem, non secus in bonis
ab insolenti temperatam
laetitia, moriture Delli,”


  Que viene a decir:

“Acuérdate de conservar una mente tranquila 
en la adversidad, y en la buena fortuna
abstente de una alegría ostentosa, 
Delio, pues tienes que morir”


 Más epicúreo no se puede ser en cuatro versos y tampoco se puede dar mejor descripción del carácter de nuestro Delio.






Revistas de historia: marzo de 2015

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Historia National Geographic reúne, una vez más, la mayoría de los artículos sobre historia antigua de las revistas de este mes.

En portada, los dioses de Petra, la joya nabatea en el desierto. Luego la vida de Marco Licinio Craso: el prófugo en Hispania; el inventor del “pelotazo” inmobiliario (“gracias”, chaval); el multimillonario avaro; el matador de esclavos; el triunviro; el primero en descubrir, en Carras, los límites del imperio romano.

Y hablando de esos límites, el Ara Pacis Augustae. Un extraordinario monumento levantado para conmemorar la paz y la prosperidad que, según su fundador, el régimen de Cayo Octavio Turino había traído a Roma.

Si mencionamos Esparta, todos pensamos en temibles guerreros de capa escarlata, tan duros de cuerpo como de espíritu. Pero para que aquellas máquinas bélicas pudieran existir, necesitaban quien los mantuviera: sus esclavos, los ilotas. Se trataba de otro pueblo griego, conquistado hacía tiempo, al que los espartiatas sometían a un trato brutal, premeditadamente degradante, llegando su vesania al extremo de obligarles a participar en sus guerras y luego ejecutar a aquellos que más se habían destacado en combate, por temor a que pudieran encabezar una rebelión. Porque la relación entre ambos grupos estuvo siempre regida por el temor; el temor que los espartiatas sentían a que sus esclavos se sublevaran, cosa que intentaron una y otra vez; el temor que se esforzaban en inculcarles para que aceptaran su condición.

Pero a mí, al menos, me llama la atención otro artículo, mucho más breve, de apenas una página, que nos habla de los nuevos métodos desarrollados para permitirnos leer los cientos de libros, desgraciadamente carbonizados, atesorados en la llamada Villa de los Papiros de Herculano. Un verdadero tesoro que, ojalá, algún día pueda ver la luz.

Vive la Historia tampoco escatima este mes en temas sobre el Mundo Clásico. Primero nos cuenta cómo se forja un imperio, y, lógicamente, menciona a muchos viejos conocidos: Alejandro Magno, Roma, Asiria y Persia. Otro de sus reportajes se centra en las civilizaciones perdidas, y por él vuelve a desfilar Asiria, acompañada en esta ocasión por los hititas, los minoicos, etruscos y fenicios.

Destaca especialmente su enumeración de las diez disciplinas con las que Grecia cambió el mundo: organización y estrategia militar, arquitectura, política, medicina, arte, deporte, literatura, educación, matemáticas y filosofía. Muy recomendable. Pero a mí, particularmente, me ha interesado más otra decena; los diez personajes más despreciables de la antigua Roma. Entre ellos nuestros lectores podrán encontrar a viejos conocidos, y, sin duda, echaran en falta a algunos otros. Y es que la antigüedad estuvo tan sobrada de canallas como… cualquier otra época.

Por último, la Aventura de la Historia nos habla del descubrimiento… y la invención, del palacio de Cnosos por Sr. Arthur Evans.

El efecto mariposa emperador

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Puede que a alguno le extrañe un título como este para un artículo enmarcado en la Crónica Negra del Mundo Clásico. En ese caso permitirme explicaros que vamos a contar cómo el “encoñamiento” descontrolado de un patricio pervertido, terminó con cuatro mil judíos “haciendo la mili” en Córcega. Ni más ni menos.

Pero empecemos por el principio. Según nos cuenta Flavio Josefo, había en Roma, al comienzo de la era cristiana, una mujer llamada Paulina, de ilustre linaje y gran fama por su afán en practicar la virtud. Además de ser muy rica —eso era de esperar, ya que, si hubiera sido virtuosa y pobre, con toda probabilidad no hubiéramos oído hablar de ella jamás— era increíblemente hermosa y estaba en esa edad en la que, en palabras del propio historiador «las mujeres son más coquetas». No informa, por desgracia, de qué edad es esa, lo cual no podemos dejar de lamentar aquellos que no estamos tan empeñados en practicar la virtud como la protagonista de esta historia.

Estaba casada con Saturnino, que rivalizaba con ella por sus buenas cualidades. Vamos, que en los tiempos actuales habrían protagonizado una tele-serie familiar de la Disney. 

Se “enamoró” de ella —nos permitimos discrepar del verbo utilizado por el cronista, dado que, a la luz de su posterior comportamiento, consideramos que sería mucho más oportuno utilizar la palabra “encoñó”, cuya definición recoge la R.A.E., aunque por su grafismo estamos seguros que será perfectamente comprendida por los lectores, incluidos nuestros numerosos amigos hispanoamericanos— un tal Decio Mundo, caballero de la más alta dignidad… y fortuna.

En vano trató de seducirla mediante numerosos regalos, pues ella los rechazó todos. Eso no hizo, como era de esperar, sino aumentar aún más su deseo,«hasta que llegó a ofrecerle doscientas mil dracmas áticas por una sola noche». Sí, Hollywood raramente inventa nada, solo edulcora el final.

Nuestro desafortunado seductor no se tomó muy bien el rechazo e «incapaz de soportar más su pasión, determinó dejarse morir de hambre para poner fin a sus sufrimientos». Pero un joven rico, con voluntad de gastar su dinero y evidentes problemas de autocontrol, no podía dejar de encontrar, más temprano que tarde, quien estuviera dispuesto a ayudarle a librarse de su dolor… y de su fortuna. En este caso fue una liberta de su padre, Ide, «experta en toda clase de crímenes».

La mujer se lamentaba de que el muchacho persistiera en morir —parece que el dinero no fue el estímulo para su actuación, y que sentía un afecto sincero por el hijo de su antiguo amo— y le animó a desistir de su propósito, asegurándole que gozaría de Paulina. Para lograrlo le pidió solamente cincuenta mil dracmas áticos, es decir, una cuarta parte de lo que sabía que estaba dispuesto a gastar.

Decidida a salvar al chico, y dado que el objeto de los desvelos de este no podía comprarse con dinero, el único método que, por lo visto, el muy lerdo sabía utilizar, decidió conocer en profundidad a Paulina, lo que debería haber hecho su pretendiente si hubiera tenido algo menos testosterona y algo más de cerebro. 

Descubrió así que era muy adicta al culto de Isis, y como, al parecer, entendía mucho mejor que ella el verdadero funcionamiento de aquel templo, decidió utilizar esa devoción en provecho de su patrón.

Se reunió en secreto con los sacerdotes, a los que ofreció veinticinco mil dracmas en el momento y otro tanto al concluir su negocio —lo que demuestra que no se quedaba con nada—. Luego urdió con ellos un ingenioso y tragicómico engaño:

El más anciano de los sacerdotes se acercó un día a Paulina mientras participaba en los ritos para honrar a la diosa, y le pidió hablar con ella en privado. Una vez a solas, él, junto con el resto de sus compañeros, informaron a su casta feligresa que el propio dios Anubis en persona se les había aparecido para comunicarles cuánto tiempo llevaba observando desde los cielos, con admiración, la virtud, inteligencia y belleza de la patricia, hasta el punto de haber decidido honrarla entre el resto de las feligresas «invitándola a que fuera a él», lo cual significa exactamente lo que están ustedes pensando.

La virtuosa matrona se mostró entusiasmada con la noticia, y se apresuró a poner al tanto de la buena nueva a sus amigos, familiares, y, suponemos, a través de estos a media ciudad. Su marido le dio permiso, probablemente con esa tolerante pachorra con la que los esposos de mujeres de bandera a las que, por decirlo con la finura en que lo hacía mi abuela, “les falta un hervor”, aceptan sus aficiones y rarezas. A fin de cuentas, aquello no podía ser otra cosa que alguna de tantas ceremonias “secretas” con las que las religiones mistéricas agasajaban regularmente a sus adeptos, y terminaría, como solía ser habitual, con alguna petición económica, más o menos elevada, que él satisfaría sin rechistar. Siempre sería mejor que estuviera entretenida acostándose con seres imaginarios que con algún apuesto doncel de carne y hueso.

Paulina se dirigió al templo, cenó y se introdujo en el lecho preparado para ella. Los sacerdotes apagaron las luces, cerraron las puertas y abandonaron el lugar. El joven Mundo, que había permanecido escondido, se le apareció entonces cubierto con la máscara de Anubis, y perpetró lo que, por muy chocarrero que nos resulte todo el asunto, no deja de ser una violación en toda regla. Ella se le entregó durante toda la noche, creyendo que era el dios.

A la mañana siguiente nuestra protagonista se apresuró a contar lo sucedido con pelos y señales, nunca mejor dicho, a sus familiares y amigos, incluido su esposo. El desconcierto consiguiente nos lo narra así Flavio Josefo: «De estos unos no la creyeron, considerando la naturaleza del hecho; otros se admiraron de ello, pues no podían, sin ser injustos, dudar de su palabra, si tenían en cuenta su honestidad y nobleza»

En poco tiempo el asunto se convirtió en la comidilla de la ciudad.

Pero Decio Mundo compartía con ella la necesidad de presumir de sus hazañas, y tampoco pudo mantener la boca cerrada —además de violador, gilipollas—. Su mala baba de pretendiente despechado le llevó al extremo de acercarse a su víctima y, con la única intención de añadir al estupro la burla y la humillación, decirle:

«—Paulina, me has ahorrado doscientos mil dracmas que podías haber agregado a tu fortuna; y sin embargo me concediste lo que te pedí. Poco importa que te hayas esforzado en injuriar a Mundo; pues hiciste lo que yo deseaba bajo el nombre de Anubis»

Y con esto, descubrió el asunto.

El golpe para Paulina debió ser brutal. En un instante pasó de ser la elegida de los dioses al objeto del chalaneo de un grupo de desaprensivos que habían comerciado y abusado de su cuerpo aprovechándose de su devoción. Informó a su marido de lo sucedido y este acudió a pedir justicia al césar, que, a la sazón y por desgracia para los criminales, era Tiberio.

Puede que la mayoría de sus antecesores y sucesores hubieran preferido arreglar el asunto de forma discreta, o incluso es probable que optasen por unirse al coro de burlas que, sin duda, en aquel momento debían recorrer la ciudad a costa de la víctima, pero ese no era el estilo de Tiberio. Tras averiguar puntualmente todo lo sucedido, demolió el templo, crucificó a los sacerdotes e hizo arrojar a las aguas del Tiber la estatua de Isis. Ide, a quien Josefo insiste en considerar «verdadera culpable de todo lo que le había sucedido a aquella mujer», pese a ser la única que no sacó nada del asunto aparte de salvar la vida del hijo de su antiguo amo, también fue ejecutada.

¿Y el violador descerebrado? Él fue únicamente condenado al destierro. A fin de cuentas, era de buena familia —es decir, rico. Tanto antes como ahora “buena familia” significa “familia rica”, por lo que, sin duda, las familias pobres deben ser “familias malvadas” o, al menos, “malvadas en potencia”— y, cito textualmente a Flavio Josefo, «había delinquido por la vehemencia de su amor».

Con esto se cerró el asunto.

¿Y los cuatro mil judíos que terminaron de legionarios en los montes sardos?, se preguntarán aquellos que hayan leído este relato desde el principio. Veamos lo que sobre ello nos cuenta el propio historiador:

«Estos son los actos vergonzosos con los que los sacerdotes de Isis infamaron su templo. Ahora voy a referir lo que aconteció a los judíos que vivían en Roma, como dije antes.»

Por aquella época proliferaban en Roma los cultos orientales, incluido el judío. Aunque los sacerdotes oficiales rechazaban el proselitismo —se trataba del pueblo elegido, por tanto se era judío por nacimiento, no por elección—, multitud de grupos y sectas competían por captar feligreses entre los gentiles, y todos eran tolerados por la jerarquía de Jerusalén… siempre que no olvidasen enviar sus donativos al templo.

«Había un hombre de raza judía, que había huido de su patria pues estaba acusado de proceder contra la ley y temía el castigo. Era un hombre perverso en todos los aspectos. Vivía en Roma y decía interpretar la ley de Moisés. Habiéndosele unido otros tres, en todo semejantes a él, lograron persuadir a una mujer noble, Fulvia, que se había convertido a la ley mosaica y era su discípula, para que enviara púrpura y oro al templo de Jerusalén. Cuando lo recibieron lo gastaron para sus cosas, pues en realidad lo habían pedido con ese fin. Tiberio, a quien los denunció su amigo Saturnino (otro Saturnino, suponemos), esposo de Fulvia, a instancias de su mujer, ordenó expulsar de Roma a todos los judíos. Los cónsules, habiendo previamente seleccionado cuatro mil hombres, los enviaron como soldados a la isla de Cerdeña, y entregaron al suplicio a un número mucho mayor, que habían rehusado el servicio por fidelidad a las leyes de su patria.»

Hay que entender que ambos acontecimientos, la violación en el templo de Isis y la estafa en los donativos a Jerusalén, coincidieron en el tiempo. Si el segundo, que no dejaba de ser un pequeño timo sin más trascendencia, como tantos que se producían y se producen ya sea en Roma como en cualquier otra época y lugar, no hubiera pillado a Tiberio “caliente” contra los nuevos cultos orientales a raíz del bochornoso escándalo anterior, probablemente hubiera terminado con el castigo sin más de los cuatro culpables.

Pero Tiberio, que en su juventud había destacado por su ecuanimidad y moderación, fue volviéndose cada vez más colérico e irascible al envejecer. Era, además, un hombre sin la menor fe en los dioses, que toleraba las ceremonias religiosas como parte de la vida política. Las sectas orientales, con sus misterios, milagros y demás, le resultaban especialmente molestas, y ninguna tanto como la judía; en la que un puñado de pastores, arrinconado en un pedazo de tierra semidesértica, se creía el pueblo elegido por el único dios verdadero, y consideraba que rendir culto a los demás dioses era algo ofensivo para el suyo.

Si se hubieran limitado a permanecer en su árida patria el asunto hubiera podido ignorarse, pero la pobreza de la misma los había llevado a emigrar por todo el mundo, aprovechando la globalización que trajeron primero el imperio persa, luego el de Alejandro y por último el romano. Allí donde se establecían tenían conflictos con los demás, y lo que es peor desde su punto de vista como emperador, se escudaban continuamente en supuestos preceptos religiosos para eludir sus obligaciones con el estado. Y ahora, para colmo, se dedicaban al proselitismo.

Augusto los había apoyado, considerándolos valiosos aliados del imperio en las tierras recién conquistadas, donde Roma no era muy popular y Tiberio continuó, pese a algún altibajo, con esa política… hasta prácticamente los acontecimientos que acabamos de narrar.

Dicho esto, hay que señalar que la otra fuente que recoge esa expulsión de los judíos, Tácito, aunque reconoce que cuatro mil de ellos fueron enviados a Cerdeña para combatir el bandolerismo, no habla de ninguna matanza. Tampoco parece que su destierro se hiciera efectivo, al contrario, muchos mencionan su creciente presencia en la ciudad. Flavio Josefo escribió su obra después de la Gran Rebelión Judía, de la que formó partey al narrar la historia de su pueblo se esfuerza en tratar de lavar la mala imagen que esta le había granjeado tanto entre las autoridades como entre el resto de la población del imperio, por lo que tiende a resaltar continuamente su valor y los padecimientos y abusos que ha sufrido. 

En cuanto a Tiberio, su reacción ante los hechos aquí narrados nos dice mucho acerca de su personalidad y su gobierno. Tenía un profundo sentido de la justicia, pero a medida que fue envejeciendo, su creciente misantropía e irascibilidad le llevaron a caer una y otra vez en excesos que minaban su popularidad. En el caso que hemos contado puede que muchos aprobaran el castigo infligido a aquellos sacerdotes sin escrúpulos, pero destruir el templo y arrojar al rio la estatua de la diosa debió de ofender profundamente a los múltiples seguidores, totalmente ajenos a los sucedido, que Isis tenía en la ciudad. De igual forma, su reacción ante una pequeña estafa a la mujer de un amigo, aunque probablemente exagerada por la fuente, está fuera de toda proporción.

Podemos ver, además, que Roma se encontraba sumida en una época de profunda confusión religiosa. Los viejos dioses habían dejado de satisfacer las necesidades espirituales de buena parte de la población, y las corrientes científicas y filosóficas, que habían contribuido a su caída, no eran capaces de sustituirlos. El hueco creado empezó a ser llenado por todo tipo de grupos y sectas, algunos traían alternativas morales nuevas, pero otros estaban dirigidos por chiflados y fanáticos, o por simples sinvergüenzas. La sociedad oficial no los tomaba en serio, o los consideraba una molestia. Pero solo era cuestión de tiempo que alguien ocupase ese vacío. 

En fin; dioses, locos y bribones, ¿de qué me suena? Ya lo decía el tango: «Que el mundo siempre fue y será una…»

Monthy Python pasó por los Corrales de Buelna

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Por: David P. Sandoval

De Pontis es una webserie española (de esas que solamente puedes ver en Youtube o la página de los autores, la fórmula barata tipo Netflix o la reciente incursión de Amazon) que trata de una guarnición perdida en el culo del mundo romano en la época del emperador Calígula. Un puente que está en el limes con una tribu belicosa (o algo así) guardado por varios legionarios a cual más cafre o extraviado en cuanto a personalidad.

El primer contacto que tuve con la serie De Pontis fue hace mucho, mucho tiempo. Cuando me llamaron para consultar si mi antigua asociación prestaría equipaciones para los actores. Yo pregunté por la ambientación y época, y la respuesta fue más o menos que “es una comedia, da un poco lo mismo… pero por el año 39 d. C.”.

Enseguida se nota la pretensión humorística de esta producción y las referencias de los Monty Python, incluso a los miembros del grupo Chanante. Los equipos, que a eso vamos, como bien dijo el autor, no son tan importantes. E incluso así, son muy interesantes. Prestados por la Asociación de las Guerras Cántabras, resultan heterogéneos y los llevan con verdadera pretensión de comedia.



Es de destacar el lío con los cargos de los oficiales, así como la vestimenta del líder del puente; sacada de las fiestas de Cartagena, por lo menos, o de un carnaval, pero quizá hecho a propósito para acentuar su carácter humorístico. También las caracterizaciones de los personajes, simplificando sus personalidades con el único fin de lograr un efecto cómico en cada trama, algo que se logra con esos cascos sueltos, la forma de caminar sujetando los pomos de las espadas, las mallas tintineando o los escudos y capas enredándose. La serie juega a reírse de diversas situaciones del Imperio Romano con el puente y su guarnición como trasunto del mismo (peajes, caminos, leyes, economía, los bárbaros o jerarquías sociales…) y en ocasiones lo logra, quizá donde más en el segundo episodio de los tres que tiene. Pero también es cierto que se nota deslabazado, caótico, sin ese carisma y subconsciente hilazón que armaba las películas de los Monty Python, especialmente la inigualable La vida de Brian, de quien beben… pero no se emborrachan.

En todo caso, serie simpática de ver, que ver y disfrutar. Espero que los autores añadan más historias divertidas de Petronio Lerele, pues he de reconocer que un personaje así es un caramelo.

¡Mi mujer me engaña con un gladiador!

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Autor: José-Domingo Rodríguez Martín

 –¡Catón tenía razón, vaya si la tenía!– gritaba Palante dando golpes con su jarra vacía en la barra de la taberna. –¡"En cuanto permitáis que las mujeres comiencen a ser vuestras iguales, en ese mismo momento se convertirán en vuestras superiores..."! ¡Si Catón levantara la cabeza...!
–Chsst, baja la voz, Palante, nos está mirando todo el mundo en el local– le decía su amigo el senador Sorano, mirando nervioso a su alrededor –y tu comportamiento no es adecuado, siendo como eres liberto del Emperador Claudio.

–¿¿Y de qué me sirve serlo, oh Sorano??–, respondía con sarcasmo Palante, levantando aún más la voz –¡Mi mujer lleva dos meses acostándose con ese esclavo, el maldito gladiador de moda, en mis propias narices! ¡Y como dependo de su dote, no puedo hacer nada! ¡Y encima no hace más que comparar sus músculos y mi barriga! He hablado con el dueño del gladiador, que está abochornado por la situación, pero nada: me responde que ante el éxito de su esclavo, y la libertad de acción que los juristas han otorgado a las mujeres, no puede hacer nada...
–Vamos, hombre, seamos francos: como favorito de Agripina, la mujer de nuestro divino Emperador, podrías dirigir el Imperio, si quisieras... ¿acaso crees que no vas a poder dirigir tu casa? Y, no es por nada, todos los ciudadanos varones de Roma agradecerían que alguien, de una vez, pusiera coto a las escandalosas libertades que se toman nuestras mujeres con los esclavos... Habla con ella, que hable con el Emperador, que mueva al Senado... Yo te apoyaré desde dentro.
Palante se le quedó mirando, pensativo... Y de repente se levantó, decidido, y sonriendo malévolamente a su amigo se dirigió a la puerta, lanzando un par de monedas al posadero sin mirar atrás.

* * * * * * * * * *

Al poco tiempo, el emperador Claudio proponía al Senado de Roma emitir una nueva norma, por la que se condenaría a la esclavitud a las ciudadanas romanas que tuvieran relaciones con esclavos en contra de la voluntad de sus dueños. Dada la gravedad de la sanción, estos debían requerirlas formalmente mediante tres avisos, tras los cuales las infractoras perderían la ciudadanía y la libertad.
No sabemos cuál sería la situación marital de los senadores presentes en aquella sesión del año 54 d.C., pero el caso es que el éxito de la propuesta fue rotundo, resultando directamente aprobada. Y cuando el Emperador informó al Senado de que la idea había partido de su liberto Palante, Sorano Barea se levantó proponiendo que fuera recompensado con la pretura y quince millones de sestercios, y el apoyo de los varones allí presentes fue unánime. Cornelio Escipión incluso propuso que a Palante se le manifestase el agradecimiento público otorgándole un cargo en la Administración Imperial.

* * * * * * * * *
A los dos meses, Sorano tuvo que volver a la taberna, para sacar de ella a rastras a su amigo, el ahora millonario Palante, totalmente borracho.
–¿No puedes celebrar tu éxito de una manera más discreta, Palante?– le decía su amigo, cargando con él abochornado por las miradas reprobatorias de los patricios con quienes se cruzaban.
–¿Éxito? ¿Qué éxito? ¡Todo es un desastre!– gritaba Palante con la mirada perdida. –¡Las mujeres causarán el fin de la civilización romana! ¡Si Catón levantara su insigne cabeza...!
–¿Pero me quieres contar qué ha pasado ahora, amigo?– respondió Sorano, parándose en seco y mirando hastiado a Palante. –¿Acaso la amenaza del nuevo senadoconsulto no ha asustado a tu esposa?
–¿¿Asustarla??–, respondió desquiciado Palante, con una amarga sonrisa de derrota –Ahora ya no se acuesta con un esclavo, no... ¡Para vengarse, ahora se está tirando a todos los esclavos de Roma, en contra de la voluntad de sus dueños! Eso sí... sólo dos veces a cada uno.

PARA SABER MÁS:

Este relato está inspirado en los datos y fuentes clásicas siguientes:

Fuentes sobre el SC. Claudiano:
Jurídicas: Gai 1.91 y 160; Paul. Sent. 2.21a.17
Literarias: Tac. Ann.12.53

Biografías de Palante y Sorano Barea

Discurso de Catón sobre las mujeres: Liv. 34.3
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¿Te ha gustado este post? Puedes leer más de este autor en su blog Ius Romanum (iocandi causa)


Fuente de las fotos: series de TV Spartacus y Roma (HBO) 

Revistas de historia: abril de 2015

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Este mes, una vez más, iniciamos nuestra visita al quiosco con Historia National Geographic, que viene repleta de información sobre el mundo clásico.

La portada y uno de sus artículos principales están dedicados a Pompeya, o mejor dicho, a reconstruir la vida en la casa de Marco Lucrecio Frotón, una de las domus mejor conservadas entre las descubiertas en esa ciudad. 

La relación de Marco Antonio y Cleopatra fue más allá de la pasión o de la simple alianza política; desde el momento en que reunieron en Tarso se entregaron a una forma de vida dionisiaca, a una pléyade de placeres y excesos dentro de su auto-constituida “Hermandad de los Vividores Inimitables”. 

Los Juegos en Olimpia, Delos, Nemea y Corinto, acogían cada año competiciones deportivas abiertas a todos los griegos, y marcaban, en buena medida, el ritmo de la vida en esa cultura. Los participantes iban recorriendo el circuito de los santuarios, compitiendo en las diversas pruebas en representación de sus respectivas polis, seguidos con frecuencia, sobre todo si eran ganadores reconocidos, por una multitud de aficionados.

En 1999 Bou y Ferrer, dos buceadores deportivos, hallaron frente a Villajoyosa los restos de un enorme navío romano, de nada menos que treinta metros de eslora, sorprendentemente bien conservado, cargado de ánforas de salsa de pescado y lingotes de plomo.

Y por último el dinero, o mejor dicho su origen; el resultado, como bien afirmó Aristóteles, de una convención social para permitirnos disponer de un elemento con el que medir el valor de todas las cosas, facilitando así el intercambio y la vida en sociedad. Conocer su historia puede que no os ayude a ganarlo, o sí ;), pero, desde luego, es muy interesante.

La Aventura de la Historia recuerda brevemente el novecientos cincuenta aniversario de la muerte de Séneca y nos cuenta lo que fue la llamada “Conjura de las Bacanales”, un episodio que no puede dejar de interesar especialmente a aquellos que nos sentimos atraídos por la crónica negra del Mundo Antiguo. El culto de Dionisios, o Baco, se había extendido por todo oriente, Grecia y, desde allí, a Roma. Los participantes, en origen básicamente mujeres, alcanzaban un estado de delirio mediante danzas frenéticas y la ingesta de grandes cantidades de vino. La inclusión secreta de hombres en las ceremonias, orgías, palabra que tomó aquí su significado actual, los dotó de una nueva carga erótica, convirtiéndolas en un peligro para la estricta, en apariencia, moral de la Roma republicana. Enterado el Senado del asunto gracias a un episodio criminal en el seno de una familia de adeptos, se decretó una feroz represión contra este culto. El hecho de reunir fuera de las estructuras del estado a todos aquellos marginados por una sociedad oligárquica y patriarcal; mujeres, plebeyos, esclavos y libertos; constituía un peligro político evidente que subyace bajo las razones oficiales de esta reacción. Pero más allá de esto, nos encontramos ante una de las primeras violaciones conocidas de la tolerancia religiosa habitual en la Cultura Clásica, y constituye por ello un peligroso precedente que habría de justificar futuras persecuciones. 

Clío dedica su portada y su dossier central a la figura de Jesús de Nazaret, visto en su contexto histórico y desde una perspectiva actual.

Vive la Historia nos habla del ataque de Aníbal contra Roma. 

Muy Historia, por último, dedica su número de este mes a los mitos de todos los tiempos, desde la antigüedad hasta nuestros días.

Siete siglos de combates sobre la arena

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Un deporte no puede considerarse genuinamente romano si no implica desafiar a la muerte. Los desenlaces fatales no escaseaban en las carreras de carros y en los combates gladiatorios, pero no era el derramamiento de sangre lo que enardecía al público. Lo que realmente provocaba el delirio de las masas que se agolpaban en circos y anfiteatros era la demostración de destreza, valor, fuerza y resistencia de los contendientes.

El fervor de los seguidores -el mismo que actualmente lleva a toreros y motociclistas a arriesgar un poco más para demostrar que se puede coquetear con lo imposible y resultar victorioso, que es posible apostarlo todo contra la parca y salir indemne- es lo que alentaba el espectáculo. El sacrificio de vidas en pos del entretenimiento colectivo fue un elemento de intensidad variable a lo largo de los siglos durante los que se practicó la gladiatura. Alfonso Mañas, autor de"Gladiadores: el gran espectáculo de Roma", repasa para Tábula la historia del deporte que más pasiones levantó en la antigua Roma.

Alfonso Mañas, en el Coliseo de Roma
 P: La lucha de gladiadores tuvo inicialmente un significado ritual asociado a los funerales de hombres ilustres. El origen de esta práctica, sin embargo, sigue siendo polémico. 
R: Hay distintas teorías sobre su origen. Fuentes romanas dicen que tomaron esta práctica de los etruscos, de los cuales tenemos estatuillas que parecen representar combates gladiatorios. Otras evidencias apuntan a que el origen podría estar en los lucanos y los campanos, dos pueblos que habitaban la Campania. Los lucanos nos han dejado pinturas fúnebres, mientras que de los campanos sabemos que durante las Guerras Samnitas, en las que lucharon como aliados de los romanos contra los samnitas, celebraron combates en los que enfrentaban como gladiadores a los guerreros samnitas capturados.

La primera noticia que tenemos de un combate gladiatorio se remonta al año 264 a. C., poco después de concluir las Guerras Samnitas (343-290 a. C.). No parece lógico que la primera noticia que tenemos sobre esta práctica en Roma coincida con el primer combate, por lo que es probable que se viniesen celebrando desde un tiempo antes.

En los años 90, Mouratidis fue más allá de este dilema y apuntó al origen griego de los combates gladiatorios. Según él, la colonización griega tanto del norte como del sur de Italia a partir del siglo VIII a. C. pudo favorecer el intercambio con los pueblos autóctonos de ideas y prácticas, incluyendo la de los combates funerarios.

P: ¿Qué evidencias hay del origen griego de los combates funerarios?
R: Los griegos nos han legado la descripción más antigua de esta práctica. “La Ilíada” narra el combate que se libra a primera sangre frente a la pira de Patrocolo, con objeto de que la sangre derramada haga más fácil el tránsito del difunto a la otra vida. Dicho ritual también aparece en una fuente histórica, ya que en 317 a. C. uno de los generales de Alejandro Magno, Casandro, hizo luchar a cuatro soldados en los funerales de los reyes de Beocia.

P: ¿En esta etapa prerromana hablamos entonces de luchas sin muerte?
R: No tenemos fuentes escritas que describan cómo eran estos rituales. Tradicionalmente se pensaba que los etruscos, lucanos y campanos enfrentaban a muerte a los prisioneros de guerra, pero una teoría más reciente sostiene que los contendientes eran parientes del difunto o ciudadanos importantes que se presentaban voluntarios. Para ellos sería un honor combatir ante todos los asistentes al funeral.

P: ¿Cómo se ha llegado a esa conclusión si no hay fuentes escritas antiguas?
R: Si analizamos las pinturas lucanas del siglo IV a. C. vemos que no aparecen en las representaciones ni muertos ni caídos. Los luchadores, que blanden una especie de lanza de mano, aparecen sangrando profusamente por brazos y piernas. La forma de manejar esta arma, empuñándola por la parte posterior, parece indicar que el objetivo era pincharse con objeto de que la sangre derramada facilitase el tránsito del espíritu a la otra vida. Es la misma idea que tenían los griegos.


Fresco encontrado en una tumba lucana de mediados del siglo IV a. C.


P: Sin embargo, Roma hace una relectura diferente de los combates gladiatorios.
R: Para la cultura romana es vergonzoso luchar ante el público; es algo degradante que nadie querría hacer. Por eso parece lógico que se obligase a hacerlo a los esclavos y los prisioneros de guerra. En esta civilización se da una inversión de roles por la que el papel relevante es el del editor, que a través del munus pone de manifiesto el poderío económico y su status elevado.

P: ¿Qué es el munus?
R: Etimológicamente significa obligación. La obligación que se debe a un difunto por parte de sus herederos. Es el compromiso adquirido de celebrar combates en su honor. En un primer momento el munus es un asunto privado, pero los combates son un espectáculo vistoso que atrae a la gente. En la última etapa de la República, en medio de graves crisis como las Guerras Púnicas y las luchas internas por el poder, los aspirantes a cargos destacados explotan esa fascinación por las luchas gladiatorias para mostrar sus capacidades de organización y para atraerse el favor del pueblo de cara a las elecciones.

P: Hemos visto que probablemente en un inicio los combates eran a primera sangre. ¿En qué momento se instituye la lucha a muerte en estos combates?
R: Entre finales del siglo III a. C. y finales del II a. C. es probable que se efectuase una deriva paulatina hacia la espectacularidad, que llevó finalmente a instituir la norma de que muriese el derrotado. Esta revolución brutal conlleva el desprecio hacia los gladiadores, que podemos rastrear en indicios como que no se mencione el nombre de ninguno de ellos hasta finales del siglo II a. C. La misma huída de Espartaco y sus compañeros de la escuela de gladiadores muestra el rechazo de estos ante su situación, algo que era mucho más difícil que ocurriese entre los gladiadores-estrella del siglo I d. C.

La revuelta servil fue una llamada de atención que propició una cierta ‘civilización’ de esta actividad. Cicerón es el primero que menciona la existencia de la missio, el perdón de la vida al que había luchado bien, lo que podría indicar que se instituyó dicha opción por estas fechas, hacia la segunda mitad del siglo I a. C. Poco después Augusto regularía estos espectáculos y prohibiría el combate sine missione, aunque primarían más aspectos económicos que de otra índole: sacrificar a un gladiador era más caro para el editor de los juegos.


P: Es curioso que se despreciase al gladiador pero se encomiase la gladiatura. Usted afirma en su libro que algunos intelectuales ensalzaban los valores morales de este espectáculo.
R: Los valores del munus son elogiados por Cicerón en primer lugar. Posteriormente otros, como Séneca o Plinio el Joven, le siguieron en esta defensa. Todos ellos animaban al pueblo a copiar los valores honorables que mostraba el gladiador en su lucha. Para un pueblo guerrero como el romano, era muy útil un espectáculo que ensalzaba los valores que se suponían a un buen soldado: amor mortis (amar la muerte si esta implica honor, si es la única salida honorable), contemptio mortis (no dar importancia a los aspectos que pueden asustarnos de la muerte), cupido victoriae (deseo de victorias)…

P: ¿Cree que todos los espectadores eran capaces de extraer ese mensaje aleccionador de los combates?
R: Huizinga sostenía que había una gran diferencia entre el punto de vista de Cicerón y el del espectador llano, que sólo querría ver un buen combate. Evidentemente, no todos los que asistían a los combates habían recibido una educación tan esmerada como Cicerón, pero probablemente sí que apreciarían el esfuerzo. Haciendo un paralelismo de 19 siglos, mi abuelo decía que al toro que lucha bien se le indulta. Yo creo que la plebe romana sí que podía hacer esta lectura.

P: Sea por eso o por la notoriedad y riqueza que empezaron a recibir los gladiadores, el caso es que bajo el Imperio combatir en la arena empieza a ser una vía atractiva para ganarse la vida e, incluso, para hacer fortuna.
R: Así es. Asistimos a la aparición de voluntarios (auctoratii) que se alquilan a sí mismos a empresarios de este negocio (lanistae) y asumían un menoscabo de su status jurídico. Al renunciar voluntariamente una persona a su condición de ciudadano y soportar ser “quemado, encadenado, golpeado y muerto por la espada” -como se dice en el “Satiricón”- se evitaba caer en problemas jurídicos que ya se habían planteado en los juegos olímpicos cuando moría un pancracista o un luchador.

P: Todo el que se dedicaba a esta actividad era tachado de socialmente infame. Es entendible que el pueblo llano, que vivía en condiciones lamentables, soportase esta mancha a cambio de la promesa de un futuro mejor. Pero las fuentes hablan de que muchos miembros de las clases altas saltaban también a la arena. Episodios como el martirio de Santa Perpetua demuestran la tragedia que suponía para las familias de origen noble ver a uno de sus miembros en la arena. ¿Por qué ponían en riesgo estas personas su reputación combatiendo ante el público?
R: En el caso de la élite estamos ante un conflicto de sentimientos. Por un lado, existía esa creencia, tan arraigada en España hasta no hace mucho, de que no era honrado actuar ante los demás, de que no era decente dedicarse al mundo del espectáculo, exhibirse ante los otros.

Por otro lado, la Pax Romana acaba con la mayoría de las guerras. Las generaciones criadas con los cuentos de sus mayores sobre guerras y victorias se encuentran sin la posibilidad de librar sus propias batallas. Imaginemos el efecto de esta situación para una sociedad guerrera. La única válvula de escape para las clases pudientes era la de entrenar en combates privados, pero eso no parece suficiente frente a la posibilidad de exhibir en público las habilidades de combate, en especial en un momento en que una cierta ‘humanización’ de la gladiatura había reducido la tasa de mortalidad a uno o dos gladiadores por cada 10 combates.

Por eso, ya con César, Augusto y Tiberio se documentan casos de senadores y caballeros que bajan a la arena. La promulgación constante de leyes que castigan esta opción, no sólo a los senadores y caballeros sino también a sus hijos y nietos, nos muestra que dichas disposiciones no se cumplían.

P: Según Ville, el porcentaje de muertes se incrementó después del siglo I. ¿Por qué?
R: Tenemos evidencias de varios factores que pudieron influir. En primer lugar, hubo un cambio de costumbre para decidir el destino del vencido. Varias fuentes, entre ellas algunos epitafios, sugieren que en el siglo II y III se había extendido una práctica que Dión Casio documenta de manera irrefutable en tiempos de Caracalla (siglo III): el vencedor podía elegir qué hacer con el vencido, indultarlo o matarlo. Lo más frecuente era lo segundo.

Por otro lado, los munera sine missione, cuya prohibición por parte de Augusto se había respetado durante buena parte del siglo I, vuelven a ser autorizados por varios emperadores del siglo II y III. Esto disparó la tasa de muerte, pues implicaba que el vencido siempre moría.

Las dos evidencias previas hacen suponer que el público del siglo II y, sobre todo, del III tenía un mayor gusto por la muerte, se fue haciendo cada vez más cruel. Las causas para ello son varias, pero entre las directamente relacionadas con la gladiatura está el hecho de que para entonces este era ya un espectáculo al que estaban muy acostumbrados, por lo que lo de siempre les parecería poco y por tanto cada vez necesitaban más ‘emoción’, más ‘crueldad’ para que el espectáculo les satisficiese. Esta tendencia hacia la crueldad continuaría en los siglos IV y V, ya con el cristianismo, claramente apreciable en las condenas y ejecuciones establecidas por los emperadores cristianos, desde Constantino I en adelante. De hecho, el código penal de los emperadores cristianos es el más brutal, con mucho, de toda la historia de Roma.

Lance gladiatorio. Gliptoteca de Munich
 P: En los últimos siglos del Imperio Romano de Occidente, la gladiatura tiene que convivir con una proporción cada vez mayor de población cristiana. Los líderes de esta religión, como muestra en su libro, nunca vieron bien los espectáculos. ¿Cuál fue su comportamiento hacia los combates en la arena?
R: En un principio, lo que pedían los líderes religiosos era que los cristianos no fuesen a esos espectáculos porque corrompían el alma del cristiano, pero no la prohibición del espectáculo gladiatorio.

Los combates en sí no les importaban, ya que solo implicaban a gladiadores, que para ellos eran asesinos profesionales que voluntariamente habían aceptado ese oficio. En su opinión el alma de estas personas ya estaba condenada, de modo que no se perdía ninguna para el reino de los cielos. Consideraban sus heridas y la muerte en la arena como el justo castigo divino al pecado de entrar en ese oficio. De hecho, actores, prostitutas y gladiadores no eran admitidos en la catequesis. No podían recibir formación para el bautismo hasta que no habían pasado un largo periodo retirados, purificados de su profesión.

En fechas más tardías algunos, como Prudencio (403), sí pedirán expresamente la prohibición de la gladiatura, aunque no lo considerasen el espectáculo más pernicioso. El primero en prohibir, si hubiesen podido, era el teatro, pues consideraban que propagaba ideas lujuriosas y llevaba a los espectadores a cometer otros pecados. La crueldad que veían en el anfiteatro acababa ahí mismo, pues evidentemente al salir del anfiteatro no había peligro de que reprodujesen esos pecados.

Pese a esta inquina hacia los espectáculos, nunca lograron prohibir los combates, el teatro, ni las carreras del circo, el otro espectáculo romano que criticaban.

P: ¿Es erróneo, entonces, explicar el fin de la gladiatura por el auge del cristianismo?
R: Achacar el fin de la gladiatura a un solo elemento es un error, y especialmente al cristianismo. La gladiatura acabó por desaparecer debido a la conjunción de una serie de factores, entre los cuales se supone que debió de estar el cristianismo, aunque desde luego no fue de los principales. A día de hoy realmente no sabemos a ciencia cierta qué influencia real, si es que llegó a tener alguna, ejerció el cristianismo en el fin de la gladiatura.

Uno de los factores directos que sí sabemos que la debilitó es el hecho de que desde el siglo II en adelante las élites económicas ya no están tan dispuestas a gastarse su fortuna en evergesías para entretener a sus vecinos. Unido a esta razón, encontramos un constante encarecimiento de los precios de los gladiadores, que hacía muy difícil encontrar a alguien con el dinero suficiente para pagar un munus de nivel decente. Si no podían encontrarse gladiadores de nivel, se contrataban gladiadores malos, los cuales ofrecían un mal espectáculo, lo que causaba desafección en el público y que muchas personas ya no deseasen volver a ver ese espectáculo.

Sobre el cristianismo, las críticas de los líderes de la Iglesia evidentemente debieron de ejercer algún efecto entre sus feligreses. Algunos debieron de decidir no volver más a ver ese espectáculo, pero también hay que tener presente que los feligreses hacían muy poco caso a los sermones, como lamentan los propios líderes religiosos. Tertuliano o San Agustín se quejan en varias ocasiones de que los cristianos preferían ver los munera antes que ir a misa.

Artemisia II, la del Mausoleo

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En la Antigüedad, hubo dos famosas Artemisias, aparte de la diosa del mismo nombre. Ambas gobernaron el mismo reino y fueron admiradas por los griegos, pese a ser extranjeras y, sobre todo, mujeres.

Hoy les voy a hablar de la segunda, la viuda más famosa de la Grecia Antigua.


Empecemos hablando de su pequeño reino: Caria. Se encontraba al suroeste de Anatolia y en la época de Artemisia II, en el siglo IV a.C., pertenecía a una satrapía del Imperio Persa. Pero Caria tenía mucha historia, era un reino antiguo ya mencionado por los hititas mil años antes y tiene el honor de ser mencionado por Homero entre los reinos aliados de Troya. Por cierto, en tiempos de Homero, los griegos ya se habían asentado en Caria y mezclado con sus gentes. El famoso historiador Heródoto de Halicarnaso es un ejemplo de esta mezcla, pues su padre era cario de origen (se llamaba Lyxes).


Gracias al "nativo" Heródoto sabemos bastante de Caria. Una región de montañas y valles, cruzada por el perezoso río Meandro, que no era abundante en ciudades, sino en pueblos en los valles y fortalezas en las montañas. Una especie de Suiza, donde el principal vínculo de unión de sus habitantes era la religión, centrada en el culto al "Zeus Cario" en Mylasa, en el interior montañoso y capital del reino durante muchos siglos.


Mapa de la antigua Caria


 Los carios eran famosos mercenarios, que habían servido, principalmente, a los faraones de Egipto durante los siglos VII-VI a C., llegando a pelear contra los nubios de Sudán en 593 a.C (a su vuelta un mercenario cario dejó una inscripción en Asuán). Por lo que las historias de sus gestas resultaban muy exóticas a los griegos, que les otorgaron el origen de las crestas en los yelmos y la agarradera del escudo. Lo de las crestas en el casco debía ser cierto, aparte de una obsesión, porque los persas les llamaban "gallos".

 Cuando el Gran Rey Cambises invadió Egipto en 525 a.C, los mercenarios carios se olvidaron de su tradición egipcia y cambiaron de lado. En su defensa, decir que Caria ya había sido incorporada al imperio persa veinte años antes por Ciro, padre de Cambises. Así que lo de pasarse a los persas traición lo que se dice traición no era... del todo.
 Bajo el dominio griego, Caria tuvo cierta autonomía, dentro de la satrapía de Lidia, y vivió con los sentimientos divididos entre persas y griegos. Por ejemplo, en la revuelta jonia de 499 a.C. se alió con los griegos, pero en la posterior invasión persa de Grecia en 480 a.C, su reina, la primera Artemisia, se alió con el Gran Rey Jerjes. 

El centro de la administración persa fue la ciudad de Halicarnaso, que se convirtió en la nueva capital. Pero Mylasa siguió siendo el centro religioso y capital moral.



Una vista de Bodrum (el antiguo Halicarnaso) 


El gobernante de la satrapía siempre fue un persa, pero por el año 395 a.C. ocurrió una novedad. Tisafernes, el sátrapa persa, fue ejecutado por el Gran Rey Artajerjes II por haberse dejado vencer por el rey espartano Agesilao en una de tantas batallas entre persas y griegos. La ironía es que Artajerjes II debía el trono a Tisafernes, pero ya se sabe que los reyes no son muy agradecidos y sobre todo, no les gusta tener deudas con nadie. La derrota de Tisafernes vino de perlas al Gran Rey para castigar a quien debía la corona. 

Artajerjes II decidió dar a Caria el título de satrapía y separarla de Lidia. Además, puso al aristócrata local que gobernaba Mylasa, llamado Hecatomno, como sátrapa. Toda una sorpresa, pues era el primer sátrapa no persa del imperio. Está claro que este Hecamtono debía tener un buen enchufe en la corte.

Y como sátrapa no parece que fuera un mal tipo. Trasladó la capital de nuevo a Mylasa, su ciudad natal, y el Gran Rey siempre confió en él. Tuvo tres hijos y dos hijas, que casó con dos de sus hermanos. Pues los carios habían copiado la costumbre egipcia de casarse entre hermanos: Las perversiones y los vicios es lo primero que se copian los pueblos. 

 Al morir en 377 a.C. dejó la satrapía a dos de ellos: Mausolo y nuestra Artemisia II.



Mausolo y Artemisia (o lo que queda de ellos) 


 Mausolo era el hijo mayor de Hecatomno y Artemisa la mayor de las dos hijas. Aunque era un sátrapa de Persia, Mausolo se comportó a lo largo de su vida como un rey independiente y así lo consideraron los griegos. 

 Devolvió la capital de Caria a Halicarnaso, ciudad griega más acorde a sus gustos helénicos. En un imperio persa cada vez más nominal que real, construyó una flota propia y extendió sus dominios por Licia, parte de Jonia y varias islas griegas. Nombró a carios para cargos que antes ocupaban persas y estableció alianzas con ciudades griegas como si fuera un rey libre. Fue aliado de los rodios en su guerra contra Atenas, participando con gusto en la política de intrigas de sus queridos griegos. Siempre con el apoyo incondicional de su mujer y hermana, Artemisia II. 

 En 353 a.C. invadió la isla de Samos y la ocupó, pero unas fiebres malignas se lo llevaron a la tumba antes de embarcar de vuelta.



Moneda de Mausolo: cara es Apolo a medio despertar y cruz es el Zeus de Labranda de marcha 


 Ahora Artemisia II, sin hijos, quedaba como reina de una engrandecida Caria. La antes sumisa y devota esposa a la sombra de su marido, se comportó como una gobernante capaz. Prosiguió con la política independiente de su difunto marido y se metió en las intrigas políticas de Rodas, fiel aliada de su reino pero con un importante facción interna en contra de seguir al lado de los bárbaros carios. 

 Artemisa II apoyó a los oligarcas rodios, lo que hoy llamaríamos la derecha, y consiguió con su dinero y flota que siguieran en el poder. En su época, la isla se consideraba bajo su total dominio. Lo cual provocó las quejas de Demóstenes a sus indiferentes paisanos: "Nadie disuadió a Mausolo cuando estaba vivo, ni a Artemisia desde su muerte, de tomar Cos y Rodas..." Pero es que los carios daban un miedo que no quitaba ni un discurso de Demóstenes.

 En su honor, los rodios levantaron un monumento muy celebrado en su tiempo, pero del que no tenemos descripción, debido a que tras su muerte, los rodios consiguieron su independencia e hicieron imposible su acceso. Por lo que fue llamado más tarde, con cierta ironía, el "Abaton", el nombre de la parte del templo griego inaccesible a los fieles. 

 Polieno, el contador de anécdotas militares de la antigüedad, nos da otro ejemplo de la política expansiva y la inteligencia de Artemisia II en su octavo libro de Estratagemas. Algunos dicen que la Artemisia de la que habla es la primera, de siglo y medio antes, pero las circunstancias parecen indicar que es la viuda de Mausolo. Nos cuenta que nuestra dama quería conquistar la ciudad de Latmos. Por lo que colocó soldados escondidos cerca de la ciudad y con una alegre y multitudinaria comitiva de músicos, eunucos, esclavos y mujeres se fue a celebrar un sacrificio a a cueva de la Madre de los Dioses, a siete estadios (poco más de un kilómetro) de la ciudad. Los latmios, viendo tal dispendio de procesión y animados por la posibilidad de una buena fiesta, salieron en gran número de las murallas. Momento que los soldados emboscados aprovecharon para asaltar la ciudad y tomar las murallas: "Con flautas y címbalos poseyó lo que en vano había intentado obtener con la fuerza de las armas."

 Pero este carácter decidido era combatido en su interior por una clara depresión romántica, rayando en patología. Desde luego, es evidente que Artemisia había estado muy enamorada de su hermano-esposo Mausolo y las fuentes nos cuentan que siempre lo recordaba embargada en la nostalgia, que pagaba a retóricos griegos por escribir discursos sobre sus hazañas y que bebía sus cenizas diluidas... !cada día! Lo que implica que, más que urna cineraria, los restos de Mausolo ocupaban un arcón. 

 Sin embargo, la gran obra conmemorativa de su viudo sería la tumba que decidió levantar en su honor en Halicarnaso y que acabaría dando nombre a todas las tumbas exageradas: el Mausoleo.



El Mausoleo en sus buenos tiempos 

 La tumba ha recibido multitud de artículos, análisis y estudios, no es mi intención hablar de ella aquí, solo indicar que aparte de convertirse en una de las 7 maravillas del mundo antiguo, es una muestra de la riqueza y el poder alcanzado por Caria durante el reinado de los dos hermanos amantes. El pequeño reino del sudeste de Anatolia se había convertido en una potencia intermedia entre Grecia y Persia que congregó a lo mejorcito y más caro de los artistas del momento. 



Mausoleo hoy en día. 


 Pero Artemisia no pudo ver el Mausoleo acabado. Murió consumida de pena en el 351 a.C., apenas dos años después de morir su marido y con las obras en sus inicios. Quizá el consumir cada día cenizas quemadas de cadáver ayudó más a su muerte que la aflicción por su marido difunto, pero seamos un poco románticos y pensemos que su ánimo no pudo aguantar más tiempo la ausencia de su amor. 


El Mausoleo sería acabado por sus tres hermanos, que la sucedieron en el trono de uno en uno. Por lo que se puede decir que es el único quinteto de hermanos, si sumamos a Mausolo, que ha reinado sucesivamente en la historia del mundo. 

Finalmente, llegó de paseo Alejandro Magno y se quedó con Caria, acabando con la dinastía en 334 a.C.


 Pero el recuerdo de la pasión de Artemisia II perduraría mucho más que su maravilla, hoy convertida en un manojo de ruinas que deprime a los turistas.

Como dijo Cicerón de ella tres siglos más tarde, tan conciso como le gustaba ser a veces: "Mientras vivió, vivió en dolor." 






Muerte o fama

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Los combates gladiatorios fueron el mayor espectáculo de Roma. Cada jornada de actividad en la arena levantaba pasiones y dejaba sin audiencia cualquier otra manifestación deportiva o artística que hubiese tenido la osadía de celebrarse el mismo día. El público de entonces era muy sensible a las demostraciones agonísticas que implicaban la victoria o la muerte como derrota total. Con todo, esta segunda entrega de la entrevista a Alfonso Mañas revela que las posibilidades de morir en el anfiteatro no eran las mismas para todos.



P: En los últimos años se han publicado diversas investigaciones sobre los gladiadores, su vida y su oficio. Afirman que no combatían demasiadas veces al año.
R: Sabemos de gladiadores que llegaron a disputar más de 100 combates. Para lograr ese número en una carrera gladiatoria media tenemos que contemplar por lo menos dos combates al mes.

P: También se asegura que la tasa de mortalidad no era tan alta como se podría pensar. ¿Cómo se puede saber esta tasa de mortandad en la arena?
R: La base de los estudios sobre este aspecto es el corpus de inscripciones funerarias de los gladiadores. Otra fuente muy importante son las inscripciones en las que se consignan los resultados de un munus, como la hallada en Pompeya. Ville estudió todas estas fuentes para sacar los porcentajes que yo manejo en el libro "Gladiadores, el gran espectáculo de Roma".

Lápida del gladiador Διόδωρος (Diodoros).
Desde el punto de vista de la sociología y estadística actuales este método es poco representativo, porque sólo podía permitirse una lápida con epitafio el gladiador que había conseguido cierta fortuna con sus victorias. Eso deja fuera a los que, por mala suerte o poca destreza, caían pronto, o a quienes simplemente nunca salieron de pobres (la mayoría). Probablemente solo un 10% de todos los combatientes podría permitirse una lápida, y de esas pocas lápidas que se hicieron es casi seguro que solo han sobrevivido hasta hoy el 10% o menos. Lo mismo sucede con las inscripciones que indican los resultados de los juegos gladiatorios.

Admitiendo la limitación de la escasez de la muestra, hay que reconocer que la información que dan esas pocas lápidas e inscripciones es irrefutable y debe tenerse en cuenta, sobre todo porque no disponemos de otras informaciones que las contradigan. 

P: ¿Qué tasa de muerte había para una profesión como la de gladiador?
R: No podemos tomar un porcentaje fijo para todos los gladiadores y para toda la historia de Roma. En la entrevista anterior, veíamos que la mortalidad varió según la época. Si en el siglo I podía morir un gladiador de cada 10 combates, a partir del siglo II parece que la tasa de muerte para los derrotados era del 50%. Pero es que, además de estas variaciones, había diferencias según la veteranía. Había más posibilidades de salir vivo cuanto más famoso fueras, ya que tendrías una afición numerosa que clamaría por tu salvación en los “días malos”. Además, una anécdota referida a César nos permite ver que se tendía a salvar a los más veteranos, porque su muerte costaba al editor de los juegos mucho más cara que la de los gladiadores no famosos, lógicamente.

Sabemos de gladiadores de edad considerable, como uno de 48 años. Y no hay que olvidar que los 48 años de aquella época no son los 48 de ahora. Es dudoso que hombres de esas edades pudiesen ofrecer combates de calidad, pero sin embargo los aficionados les salvaban la vida. En el caso del gladiador de 48 años sabemos por su epitafio que fue indultado en su último combate. Se le reconocería su trayectoria y se le salvaría como un homenaje. La sola aparición en la arena de uno de esos gladiadores consagrados, auténticos mitos vivientes, provocaría en el público un delirio colectivo como el que crea hoy Hulk Hogan cuando aparece en los rings de la WWE.

P: Hablando de popularidad, usted sostiene que la afición a los combates de gladiadores fue superior que la de las carreras de carros. Habitualmente se suele pensar lo contrario.
R: Las carreras eran el deporte más genuino de los romanos y aparecen incluso en los mitos fundacionales de la ciudad, pues Rómulo invitó a los sabinos a presenciar las carreras en el valle Murcia, que después acabaría siendo el Circo Máximo, para entretenerles y arrebatarles a sus mujeres.

Algunos han sugerido que las carreras del circo eran más populares que los combates de gladiadores porque al cabo del año era superior el número de días dedicado a las carreras que a los combates de gladiadores. Esto se debía a que las carreras del circo eran, con diferencia, más baratas que los combates de gladiadores y por tanto se ofrecían más a menudo. Pero la frecuencia no refleja el gusto real de los romanos, pues entonces habría que concluir que las aun más numerosas representaciones teatrales eran preferidas a las carreras. Esto evidentemente no era así.

La confirmación de que el teatro no era el espectáculo preferido de los romanos es que las fuentes señalan que cuando en mitad de una representación de teatro corría la voz de que en otra parte de la ciudad comenzaba un combate de gladiadores el público salía pitando.

Plinio el Joven y otros autores dicen expresamente que los gladiadores eran preferidos a las carreras. Esta predilección queda patente en una ocasión en la que ocurrieron varios prodigios (cometas, nacimiento de niños deformes, etc.) y el pueblo de Roma se asustó. Anularon las carreras del circo que correspondía dar en esa fecha y a cambio dieron combates de gladiadores, en un intento claro por ofrecer así a los dioses el mejor espectáculo que tenían, para contentarles y apaciguar su ira.

Pero la prueba más clara e irrefutable de que los gladiadores eran el espectáculo preferido por las gentes de entonces es que mientras que construyeron 400 anfiteatros en todo el imperio, circos tan solo levantaron unos 90. La gente no demandaba circos, sino anfiteatros.


P: ¿Qué pasó con los deportes griegos?
R: El deporte griego (atletismo, lucha, etc.) no llegó a tener mucho calado en Roma. Hubo emperadores filohelenos que intentaron popularizarlo, pero con poco éxito. Nerón creó los neronia, una competición que fue suprimida a su muerte. Domiciano construyó un estadio, con una capacidad de unas de 20.000 personas, lo que hoy es la Plaza Navona de Roma. En él tenían lugar unos juegos que se celebraron hasta el siglo IV.

Pese a estos esfuerzos, el seguimiento de estas pruebas siempre tuvo un carácter muy minoritario en comparación con los combates gladiatorios. Siempre fue una actividad propia de snobs ricos y prohelenos. Los elementos más conservadores y el pueblo llano nunca vieron con buenos ojos la desnudez exigida para practicarlo. Los primeros autores romanos que escriben sobre deporte griego -Cicerón, Plinio el Viejo, Tácito- señalan su inutilidad como preparación para la guerra, que fomentaba la homosexualidad masculina y amenazaba con corromper a la juventud romana.

El pueblo llano tampoco entendía el deporte griego, principalmente porque tenía unas reglas que eran algo más complejas y sofisticadas que los deportes romanos. Todo el mundo podía seguir y entender un combate de gladiadores o una carrera de cuadrigas, pues era sencillo ver quién ganaba, pero no ocurría así con pruebas del deporte griego tales como el pentatlón o la lucha.

Total War: Attila

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De la mano de los creadores de Shogun Total War, Medieval Total War, Rome Total War, y así un largo etc que ha creado una marca y una filosofía de juego, los Total War, nos llega un remake del Barbarian Invasion, la primera expansión oficial de Rome Total War.  The Creative Assembly sabe lo que nos gusta y no puede dejar pasar la ocasión  de mejorar y con creces este título tras hacer lo propio con Rome II. Nuestro comentarista lúdico Alfonso Nuñez le hace un repaso.


  El juego nos sitúa en los últimos años del Imperio Romano, cuando las guerras civiles, las intrigas por el poder, y los saqueos producidos por los bárbaros son la tónica habitual. Como líder de una de las facciones del juego, y son muchas, tendrás que gestionar civilmente, políticamente y militarmente a tu facción para sobrevivir a la partida, y conseguir los mayores logros posibles.
Desde la Britania hasta los confines del Imperio Parto, hay un inmenso mapa para conquistar o ser conquistado. Como siempre, las mejoras en el apartado gráfico se hacen notar y mucho. Hasta nos han añadido un representante, líder de la facción, en 3D, que podemos ver en la pantalla de gestión de la facción. Muy bonito, sí señor.

Jefes de facciones

  Al igual que en el antiguo Barbarian Invasion sentiremos el miedo al ver avanzar una horda por nuestro territorio e intentar atisbar dónde puede ser el mejor lugar para intentar contener la agresión y debilitar al enemigo, aun teniendo que ceder algunos pueblos. El problema será cuando sean varias hordas. Si jugáis con el Imperio Romano de Oriente seréis de los primeros en saborearlo.

Ataque a ciudad

 Al juego se le han añadido eventos, y en los  mensajes al comienzo de turno una serie de pequeñas secuencias artísticas sobre el contenido de los mensajes que le dan mucha vida al juego y recuerdan los tiempos del primer Shogun o el Medieval. La música como siempre le da un trasfondo perfecto y en ningún momento aburre. El mapa de campaña es muy vivo, con un paisaje precioso, pero que, como el anterior juego, necesita de un buen PC para poderlo disfrutar a pleno rendimiento.


  De todas las cosas, la mayor parte de las novedades de este Attila radican el gestión de los personajes, un aspecto de Rol, que le da mucha profundidad al juego, tanto en el apartado político como en el militar, e incluso en  el civil. 

Pantalla de personaje

  Hay tecnologías que investigar, militares o civiles, y nunca dejéis de lado el aspecto religioso, ya que puede desestabilizar una provincia en incluso a toda la facción. Para ello viene muy bien gestionar con corrección los edictos que podemos promulgar, ya que algunos generan incremento de feligreses en la religión oficial.. Cuantas más victorias tengáis, más Imperium (prestigio) para la facción y con ello más edictos, gobernadores, ejércitos, armadas, etc. Así que ¡a luchar!

Evento del juego

  Tenemos un líder de la facción, familiares y nobles, por ejemplo, en un reino bárbaro. Cuando los personajes ganan batallas reciben puntos de influencia. Esta influencia se puede gastar en acciones políticas tanto de intriga como de conseguir determinados puestos políticos. A su vez existe el control o dominio sobre la nación, y si personajes poco leales consiguen mucha influencia podrían socavar nuestra autoridad y producirse una guerra civil, lo que es un serio problema para el jugador.

Arbol familiar

 En muchas ocasiones te verás despojando a tu mejor General de tropas, y dejándolo en un pueblucho con dos o tres unidades, porque es poco leal y si se rebela, pues que no tenga mucha ayuda de  nuestra parte. La lealtad también se puede mejorar del mismo modo que se empeora, gestionando con eficacia los puntos de influencia con acciones correctas a nuestros fines.

  Los gobernadores son personajes que seleccionamos para poder promulgar edictos en provincias, y gobernar. Sus puntos de habilidad mejorarán la provincia y liderarán la guarnición defensiva. Todo un acierto este añadido.
 A medida que ganan batallas o tienen experiencia por el mero hecho de estar vivos y sobrevivir en la partida, los generales reciben puntos de experiencia que se pueden invertir en mejoras de personaje que nos dan beneficios tanto en el ámbito civil (más ingresos, orden público en la localidad gobernada, más alimentos...) como en el militar (más moral en las tropas, menos coste de mercenarios, beneficios ofensivos o defensivos...), lo que también surge de los rasgos aleatorios que consigue el personaje, que unas veces son positivos y otras veces negativos. Como en los anteriores juegos, el personaje también puede llevar auxiliares que le dan beneficios de diversa índole.

Esto mismo también se aplica a los ejércitos, que al modo de las tradiciones del Rome II, ganan experiencia con las batallas y esto se convierte en puntos de mejora con cada nivel. Las mejoras afectan a la supervivencia en zonas climáticas adversas o a su rendimiento en el campo de batalla.

Habilidades de un ejército

En cuanto al resto, es lo que podéis esperar un gran número de unidades en los campos de batalla, una inmersión brutal, y estrategia a raudales. Tendréis batallas por tierra y por mar, épicos asedios y sobre todo diversión.
No lo dejéis pasar, y a disfrutar.

Os dejamos con un video que comenta el juego:




Revistas de historia: mayo de 2015.

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Empezamos nuestra visita mensual al quiosco con Desperta Ferro, que dedica su número de historia antigua y medieval a uno de los emperadores más singulares de Roma, Juliano el Apóstata, el hombre
que intentó dar marcha atrás al reloj y recuperar un mundo perdido que él idealizaba, quizás por contraste con el que le tocó vivir. Y justamente a esa época, el siglo IV, y aprovechando la figura de Juliano, le dan nuestros amigos un buen repaso.

Historia National Geographic nos ofrece, como es habitual, una amplia gama de temas dedicados a la antigüedad: la vida en la legendaria Troya; Nimrub, la fastuosa capital del imperio Asirio recientemente arrasada por un grupo de fanáticos tan cortos de entendederas como asombrosamente bien equipados con todo tipo de armamento. Junto a ellos nuestro amigo Juan Luis Posadas nos ofrece, sorteando la maraña de tópicos que cubren su figura, una muy ajustada semblanza del emperador Calígula. Por último Jaime Alvar presenta los últimos estudios sobre una religión tan famosa como enigmática: el culto a Mitra.

El Oráculo de Delfos fue, durante más de mil años, uno de los más importantes centros de peregrinación religiosa del Mediterráneo, a pesar de guerras, invasiones, respuestas con doble o triple sentido, corrupciones y escándalos de todo tipo, como nos recuerda Clío. “Conócete a ti mismo” era el lema que coronaba la entrada del lugar al que, durante siglos, los hombres acudieron a tratar de averiguar qué les deparaba el futuro.

Muy Historia dedica su número a la Arqueología, recordándonos los mayores descubrimientos que se han producido en ese campo.

Y enlazando con ese tema Historia y Vida nos presenta el hallazgo del palacio del rey Herodes bajo la ciudadela de Jerusalén.



Disfrutar leyendo.

Tres años dedicados a la letra pequeña de la Historia

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Este mes de mayo se cumplen tres años desde que el proyecto de Tabula echó a andar. En este periodo, el blog ha desarrollado una personalidad independiente de las intenciones iniciales de sus creadores, que nos lanzamos a esta aventura por el mero placer de compartir nuestro amor por el Mundo Antiguo y, más concretamente, por la civilización romana.

Sin renegar de las grandes figuras, como Trajano o Espartaco, poco a poco nuestro interés por la intrahistoria ha orientado a Tabula hacia aquellos que pasaron fugazmente o incluso totalmente desapercibidos para el relato oficial de los hechos. Segundones, olvidados, gente corriente... Espontáneos que aparecen un segundo en las crónicas para volver, acto seguido, a la zona de sombra de lo cotidiano, de lo que no merece mayor atención. Hacemos una breve selección de tres años de pequeñas huellas.

    El primer campeón olímpico de Barcelona nació dos mil años antes de Barcelona '92. Bueno, para ser exactos nació en el 96 d. C., poco antes de que Trajano accediese al poder. A la sombra del primer emperador hispano, los senadores peninsulares incrementaron su influencia. El joven Lucio Minicio Natalis Cuadronio Vero, procedente de una familia barcinonense llegó a desempeñar altos cargos militares y civiles. Todo ello es hojarasca, porque lo que de verdad le reporta el orgullo de sus conciudadanos es su éxito en la 227ª Olimpiada, aunque desde la perspectiva actual se trate de una palma de 'mentirijillas'. En el COI aún lo recuerdan.


    Especulación, lujo, derroche y... batacazo. A Damásipo no le interesaba la política de una República que agonizaba en luchas civiles, a mediados del siglo I a. C. A él lo que le volvía loco era el mercado de los futuros y los derivados (sí, ya existían en la Antigüedad). El chico había nacido con un don especial para el comercio, hasta tal punto que le llamaban 'el hijo de Mercurio'. Cicerón le retrata en lo más alto de su gloria. Y, desde esas alturas, la mudable fortuna lo despeñó. A punto de arrojarse desde el Puente Fabricio, se encontró con una persona que le salvaría (y le cambiaría) la vida.

    No sin mi elefante. Lo bueno de ser amigo de juventud de Octavio es que te pasan por alto alguna excentricidad. Y si además aguantaste su causa en la hora más baja y sacaste vivo a su ejército de un infierno lunar, puedes hacer casi cualquier cosa. Te permiten, incluso, pasear varias toneladas de mascota por el Foro. La buena sociedad se echaba las manos a la cabeza, pero nadié osó ponerse en el camino de Lucio Cornificio.

    Apoteosis en el Capitolio. El caso de Marco Manlio Capitolino muestra lo peligrosa que es la condición de héroe. A principios del siglo IV a. C. él en persona evitó que la acrópolis de Roma cayese por sorpresa en manos de los galos. La plebe le idolatró por elló y le convirtió en el cabecilla de sus reivindicacionesde de mayor equidad social. Los patricios no perdonaron la "deserción" del aristócrata y prepararon un escarmiento ejemplar. Si las murallas del Capitolio convirtieron a Manlio en un héroe, su última ascensión a la fortaleza le transformó en un icono popular.


    No hay nada que envidiar en la vida del romano de a pie. Los adinerados y gobernantes competían descarnadamente por el poder y la gloria, pero al menos tenían las necesidades vitales cubiertas. La inmensa mayoría de la población restante subsistía en condiciones penosas. Intentemos meternos en la cabeza de pobres, esclavos, rameras, bandidos, gladiadores... Gente corriente que pasó sin pena ni gloria por las páginas de la Historia.



     

    El pulso del día a día discurre por delante del estrado. Lo que sucede en los tribunales rara vez trasciende a las crónicas oficiales porque aborda temas tan prosaicos como las disputas vecinales, alborotos públicos, enfrentamientos por la propiedad... Por eso una mirada humana convierte los tratados jurídicos en una ventana a lo cotidiano.

    "¡Ese gladiador está gordo!"

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    Detalle del mosaico de gladiadores de la Galería Borghese.
    Los combates de gladiadores despertaban tantas pasiones en el Imperio Romanocomo interés hoy en día. Sin embargo, la imagen que maneja el gran público está mediatizada por criterios ideológicos y estéticos. En esta entrega final de la entrevista a Alfonso Mañas, repasamos con el autor de "Gladiadores. El gran espectáculo de Roma" las alteraciones que el arte ha efectuado sobre la realidad histórica.

    P: ¿Cuáles son los errores más frecuentes que nos han transmitido las representaciones artísticas?
    R: Como explico en mi libro, el cine ha difundido varios errores, como el hoy famoso 'Ave Caesar, morituri te salutant', saludo que se pone en boca de los gladiadores. En realidad, ninguna fuente romana recoge que un gladiador realizase este saludo al emperador. Al comienzo de los juegos había un desfile (pompa) y los gladiadores se quedarían en pie ante el palco, sin decir nada. En realidad podemos pensar que considerarían inconcebible que los gladiadores, que eran infames, se dirigiesen verbalmente y de forma directa al emperador. Sería una falta de respeto enorme, y ningún gladiador se atrevería a ofender así al emperador. Otro falso mito es el del pulgar hacia abajo y hacia arriba, gestos que no usaban los romanos y que no aparecen en ninguna fuente romana.

    Ave, Caesar, morituri te salutant, cuadro de J--L.Gérôme (1859)
    P: Otra afirmación reciente, extraída del análisis de los esqueletos del pretendido cementerio de gladiadores de Éfeso, es que llevaban una dieta rica en hidratos.
    R: Eso es cierto, tal y como decía Plinio el Viejo, que señalaba que los gladiadores comían mucha cebada. No obstante, ese mismo estudio de Kanz demuestra que también comían carne, algo que igualmente ya señalaban las fuentes antiguas, y que era lógico suponer pues parte de los animales abatidos en la arena se daban a las escuelas de gladiadores a las que pertenecían los cazadores para servir de alimento a toda la compañía. Es por tanto falso que los gladiadores fuesen vegetarianos, como ha se ha puesto de moda decir desde algunos medios. Precisamente los gladiadores eran, de toda la población de aquella época, quienes tenían un acceso más frecuente a la carne, y en cantidades enormes, pues todo combate de gladiadores iba precedido por ley desde época de Augusto de una cacería de animales.

    Además la dieta de los gladiadores era dirigida por médicos deportivos griegos, como Galeno, médico del ludus de Pérgamo, que seguían los principios de la nutrición deportiva griega, basada en una dieta equilibrada a base de hidratos de carbono y proteínas, especialmente carne y pescado. Un buen ejemplo del éxito de esa dieta era Milón de Crotona, cinco veces campeón olímpico de lucha, del que se decía que comía todos los días una cantidad enorme de pan y carne. Al tratarse de un campeón de un deporte de combate, los médicos de los gladiadores también aplicaban esa misma dieta, como confirman Galeno y otros que señalan que el apetito de los gladiadores no tenía fin.

    P: Con esa dieta me parece que se nos cae el mito del gladiador de músculos definidos.
    Luchadores griegos bastante hermosos. Vaso del siglo IV a. C.
    R: El aspecto exterior de un gladiador sería muy diferente al estereotipo que nos han vendido las películas. El físico sin nada de grasa es algo artificial e ineficiente desde el punto de vista del rendimiento deportivo de fuerza. Es algo desconocido hasta el nacimiento del fisioculturismo, a principios del siglo XX.

    Los cuerpos definidos de los culturistas se consiguen con diuréticos y drogas que evidentemente no existían entonces. Los culturistas de hoy buscan el desarrollo muscular extremo, pero el objetivo del entrenamiento de fuerza de los gladiadores era una fuerza explosiva máxima, fuerza rápida. Un culturista es lento como una tortuga, antes de que levantase el brazo un gladiador le habría cortado en pedazos.

    P: Entonces, ¿cómo nos tenemos que imaginar a los gladiadores?
    R: El cine nos vende gladiadores como Brad Pitt en "Troya", pero en realidad eran más bien como Mike Tyson. En el cuerpo a cuerpo, en el forcejeo y choque de los escudos, el más fuerte tenía ventaja. Dado que existe una relación directa entre el peso corporal y la fuerza, tenderían a aumentar su peso tanto como les fuera posible. Entrenaban levantando piedras, como dice San Jerónimo, y empujando grandes rocas redondas. Eran hombres muy corpulentos, con gran fuerza explosiva y a la vez muy rápidos.

    Los más fuertes en Grecia, como Milón de Crotona, podrían parecernos panzones hoy en día, y así aparecen retratados en las pinturas griegas. Lo más probable es que se asemejasen a los levantadores de piedras vascos o a los luchadores olímpicos de la categoría sin límite de peso, como Iñaki Perurena o Aleksander Karelin.

    Pero si pones a Perurena o a Karelin en una película de gladiadores los espectadores, con la mente lavada por el irreal canon estético impuesto por los medios de hoy, probablemente dirían: “¡Está gordo!”. Pero claro, es que si Perurena o Karelin tuvieran tan poca grasa como los culturistas también tendrían tan poca fuerza como ellos.

    P: La distorsión de la imagen de los gladiadores, ¿afecta también a otros elementos relacionados con este espectáculo?
    Gradas reconstruidas a principios del siglo XX.
    R: Si has estado en el Coliseo habrás visto que hay una sección de gradas en mármol blanco, la única en todo el edificio. Pues bien, eso fue un intento de restauración realizado en los años 30. Desde los años 60 se sabe que es erróneo, pues las gradas están muy cerca las unas de las otras, son muy estrechas y dispuestas en una inclinación excesiva. Hoy sabemos que las gradas en esa zona, el podium, eran muy anchas y en una inclinación muy baja, inferior al de resto de secciones del Coliseo. Dan por tanto a los visitantes una imagen errónea de cómo era el Coliseo. Evidentemente habría que desmantelar esa sección, y se ha planteado a menudo, pero no se hace simplemente porque no se sabe qué poner entonces en su lugar, porque ignoramos cómo era exactamente la disposición del podium. Cualquier intento de reconstrucción sería criticable.

    P: Ahora se ha propuesto cubrir los subterráneos donde se almacenaban los decorados y las fieras, antes de su entrada en la arena, para dar una sensación más real de lo que era este edificio.
    R: A mediados de los años 90 se instaló una parte de la arena (lo que vemos hoy), porque hasta entonces el Coliseo solo ofrecía el hypogeum a la vista de los visitantes, lo que sí hacía que muchos malinterpretasen el monumento. No entendían dónde luchaban entonces los gladiadores, debido a que no se veía ninguna arena. La mayoría pensaba que la arena original estaba en el suelo del hypogeum, y que los muros de este eran o elementos de la arena para que lucharan (una especie de laberinto) o muros que se habían construido después.

    Con buen criterio se planteó entonces colocar el cuarto de arena que hoy vemos, pues así de un solo vistazo se entiende cómo se colocaba la arena y que el hypogeum era lo que quedaba debajo. Pero aun así no se ve que el hypogeum tenía dos pisos. Sería necesario reconstruir parte de la tarima de madera que era el primer piso del hypogeum.

    P: ¿Cree que la recuperación total de la arena ayudará a una mejor comprensión del anfiteatro más famoso del mundo?
    R: En primer lugar habrá que ver si los expertos llegan a un consenso para acometer este proyecto, porque al no conservarse el muro del podium que limitaba la arena no sabemos siquiera sus dimensiones exactas.

    Si consiguen ponerse de acuerdo en esta cuestión, habrá que ver cómo resuelven el problema de comprensión que se deriva de ocultar la parte subterránea del edificio. En los 90 desestimaron la idea porque a la gran mayoría de espectadores no se les permite bajar al hypogeum. Nunca lo verían y, por tanto, se llevarían una impresión incompleta.

    P: Parece bastante escéptico.
    R: Es que no creo que ayude a comprender mejor lo que era el Coliseo. Si no tienen pensado que la visita incluya por el mismo precio la entrada al hypogeum no me parece una buena idea la instalación de la arena completa.

    Creo que el plan se ha diseñado por motivos económicos. Anfiteatros como el de Verona ingresan todos los años una gran cantidad de dinero por los espectáculos que se celebran en ellos; espectáculos que pueden celebrarse porque tienen la arena íntegra. El proyecto de colocar además un museo en el hypogeum, museo que ahora está en la planta 1 del Coliseo, puede ser solo un cebo para atraer a los turistas a visitar esa nueva zona del edificio, la entrada a la cual me temo que cobrarán por separado.

    Sin embargo, si tienen pensado que la visita incluya por el mismo precio todo el Coliseo, por encima y por debajo de la arena, de manera que todos los turistas puedan verlo entero, la propuesta me parece correcta, pues ese es en efecto el aspecto que tendría el edificio si se hubiese conservado íntegro, y porque permitirá dar espectáculos en la arena, que era la función original del edificio. Habrá que ver lo que deciden finalmente.

    Revistas de historia: junio de 2015

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    Nuestros repaso al quiosco de este mes empieza con malas noticias; la caída del Imperio Romano. Muy Historia dedica a este acontecimiento todo su último número, repasando las causas económicas, sociales, políticas y militares que fueron debilitando al imperio hasta dejarlo a punto de caramelo para que las tribus del norte acabaran con él.

    Historia National Geographic nos explica las asombrosas técnicas empleadas por los romanos para extraer el oro de Las Médulas. Ahora que el calor empieza a apretar puede ser el mejor momento para ir a conocer uno de los paisajes más extraordinarios del norte peninsular. 

    Siempre que se comparan las culturas griega y romana sale a colación la inevitable coletilla “romanos prácticos, griegos idealistas”, pero esto, como la mayoría de los tópicos, dista mucho de ser cierto. Griegos fueron los inventores del tornillo, de los engranes, de las poleas… de todos los principios de la mecánica; griegos fueron quienes descubrieron cómo usar la fuerza eólica e hidráulica; griegos fueron los pioneros de las máquinas movidas por vapor; griegos fueron quienes imaginaron y construyeron los primeros autómatas.

    HNG también acaba de sacar un especial dedicado a los grandes imperios, desde el Acadio hasta los que dominaban el mundo a principios del siglo XX, y, naturalmente, nuestros amigos romanos y griegos tiene un lugar bien destacado entre ellos.

    Historia de Iberia Vieja nos recuerda la resistencia hispana contra Roma, de Viriato a Numancia, un conflicto que cambió no solo la historia de la península, sino también, y de forma muy fundamental, a la propia República Romana, cuya evolución es imposible de comprender sin los vaivenes de las interminables y durísimas guerras en Hispania.



    Disfrutad leyendo.

    Ameinias, hermano de Esquilo

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     A todos nos suena Esquilo, uno de los tres clásicos dramaturgos griegos, junto a Sófocles y Eurípides. Pero Esquilo tuvo un hermano más famoso que él en su época, un héroe de guerra, al que le debe hasta la vida... y nosotros que podamos leer lo poco que nos queda de sus obras.
    Ameinias y sus dos hermanos, el famoso Esquilo y un tal Cinegiro, eran hijos del eleusino Euforión, un eupátrida, que viene a ser lo más parecido a un aristócrata de cuna en la democrática Atenas. Así que debemos entender que Euforión era rico, seguramente más de la media al ser de Eleusis, centro de peregrinación de toda Grecia y lugar donde abundaba el dinero en el siglo VI a.C.,que le vio nacer a él y a sus hijos.

    Santuario de Eleusis, en sus buenos tiempos

    Sin embargo, Heródoto nos dice que su hijo Ameinias era de Pallene, rica zona agrícola cercana a Atenas, y Plutarco en su Vida de Temístocles nos dice que era de Decelia, zona fronteriza con Beocia, 22 km al noreste de Atenas. En fin, puede ser que la familia de Euforión tuviera tierras por todo el Atica para repartir entre sus hijos. Pero fuese de donde fuese, Ameinias era un ateniense de los pies a la cabeza.
     De niños (por el 510 a.C.) debieron ver como la tiranía de los hijos de Pisístrato era barrida por los revolucionarios de Clístenes, que instauraron la democracia en Atenas y su territorio. No sabemos de qué bando era su padre Euforión, pero parece que el cambio de gobierno no tuvo mucha repercusión en su buena vida. 

     Nada sabemos de su juventud, pero fue cómoda, viendo el nivel de su familia. Su hermano Esquilo tenía tiempo de sobra para dedicarse a practicar versos en ese nuevo arte llamado teatro, su otro hermano Cinegiro parece que tiraba por la vida militar o algo semejante, viendo como acabaría luego, y él, bueno... no era el hermano mayor, pero parece que le tocó llevar los negocios de la familia, lo cual implicaba, ya fuese en Eleusis o Pallene, controlar los olivares, higueras, viñedos y campos de cereal que daban suculentas rentas en aquellos tiempos a los eupátridas como él, sobre todo los poéticos olivares.

     Así pasaban la vida, hasta que empezaron a llegar noticias del Este. Los jonios se habían rebelado a los persas y tras una larga guerra fueron aplastados en 494 a.C. Aunque Atenas los ayudó sin mucho disimulo, parece que ninguno de los hermanos tuvo participación, quizá el belicoso Cinegiro se paseó por Jonia dando lanzazos, pero lo cierto es que el Gran Rey persa tomó nota de la ayuda dada por los atenienses a los rebeldes y fijó su diana en Atenas.

    Y este Gran Rey no era un Gran Rey cualquiera de Persia, sino Darío, experto en aplastar rebeliones, conquistar territorios y no perdonar una ofensa a su ego mayúsculo. Así que cuando tuvo un poco de tiempo entre tanto sometimiento, allá por el 490 a.C., envió una flota con ejército adjunto para vengarse de Atenas, la ciudad que se había atrevido a apoyar a unos rebeldes de su grandeza.

     Sin mucha prisa, la flota persa llegó a la playa de Maratón, 40 km al Este de Atenas, y empezó a desembarcar su ejército a ritmo muy persa, o sea, mirando el paisaje y haciendo descansos para charlar de Zoroastro y los últimos cotilleos del harén. Tiempo que aprovecharon los atenienses para juntar su ejército de hoplitas e ir a por ellos.

    Atenienses a por todas en Maratón


    Todo el mundo sabe lo que pasó en Maratón: Los atenienses dieron una paliza a los persas. Pero pocos saben que los tres hermanos estuvieron en la batalla, en la primera línea, y que, tras lo que los griegos llamaban "la ley de las manos" (el combate sin piedad), persiguieron a los persas hasta sus naves, y que Cinegiro fue uno de los héroes más recordados al intentar que no partiese una de ellas. Claro que héroe póstumo, como suelen serlo la mayoría.
    Dejemos que lo cuente Heródoto:

    "Cinegiro, el hijo de Euforión, mientras sujetaba el adorno de la popa de una nave, le cortaron la mano con un hacha y cayó; y muchos otros atenienses de valor también fueron muertos."

    Bueno, quizá suena un poco seco, pero Heródoto pudo hablar seguramente con veteranos de la batalla y es probable que pasara así, un hachazo y adiós, y no deja de ser meritorio intentar frenar una trirreme con las manos. Se nota que Cinegiro era aguerrido, aparte de un poco temerario e impulsivo.
    Claro que si lo quieren leer en tono más épico y ver cómo la leyenda había modificado el asunto unos siglos después, tenemos el párrafo de Justino:

    "El mérito de Cinegiro, soldado ateniense, que encuentra alabanza en los historiadores: porque, después de haber matado gran número en la batalla, y habiendo perseguido al enemigo hasta sus naves, sujetó un barco lleno de gente con su mano derecha, no dejándolo ir hasta que perdió la mano, y entonces lo sujetó con la izquierda, y habiendo perdido también esta mano, sujetó el barco con los dientes. Tan valiente fue su espíritu, que ni cansado de matar tantos ni descorazonado por perder las manos, dejó de pelear hasta el final, mutilado como estaba, con sus dientes, como una bestia salvaje."

    Así tiene mucho más color y épica. No hay nada como dejar que fluya el río de la leyenda. En unos siglos Cinegiro pasó de perder una mano a perder las dos y liarse a dentelladas.

    Cinegiro ganando la gloria


    Con un héroe así en la familia, está claro que Ameinias y Esquilo no podían fallar en la siguiente ocasión. Se esperaba de ellos lo mejor y también se esperaba que Darío vengase la derrota pronto. Pero el Gran Rey se lío sometiendo la enésima rebelión en Egipto y acabó muriendo, seguramente muy estresado, en el 484 a.C. Así que le tocó la venganza a Jerjes, su querido hijo.

    Jerjes era un poco megalómano, lo cual se comprende si has sido educado desde pequeñito para que todo el mundo te obedezca como un dios en la tierra. Así que le disculpamos que tendiese a hacer las cosas despilfarrando a tutiplén y, en vez de vengarse de Atenas, una simple ciudad, decidiese invadir toda Grecia con una flota y un ejército nunca vistos.

    De todas partes de Asia vinieron gentes a conquistar Grecia con el viaje pagado, por mar y por tierra, aquel largo verano del 480 a.C. Nadie se opuso al paso de Jerjes, exceptuando el pequeño retraso que le produjeron unos espartanos suicidas en las Termópilas, a los cuales Jerjes concedió que acabasen heroicamente acribillados.

     Finalmente, el ejército del Gran Rey llegó a Atenas y la incendió, vengando la ofensa a su padre. Ahora solo quedaba el detalle de vencer a la flota griega que hacía burlas desde la isla de Salamina. Para eso Jerjes tenía su flota de centenares de naves fenicias y de Asia Menor. El Gran Rey puso su trono en un alto de la costa y se acomodó para ver la batalla rodeado de abanicos y cortesanos.

    Salamina desde muy arriba


    Entre los barcos de enfrente, había un trirreme dirigido por nuestro Ameinias. Como ciudadano rico, era capitán y armador de una nave y su equipamiento, incluido los salarios de la tripulación, la cual debía estar formada por gente conocida de sus tierras de Pallene, Eleusis o de donde fuera. Nos cuenta Barry Strauss en su libro "La Batalla de Salamina" que Ameinias estaba situado en el extremo occidental de la flota griega y que fue el que atacó el primero de todos.

    Nos podemos imaginar a sus remeros, que al ser paisanos lo conocían bien, poco sorprendidos cuando les dieron la orden de bogar a ritmo de batalla sin esperar a los demás barcos. Ameinias era impulsivo como su hermano Cinegiro, se veía que la iba a montar, que se olía a la legua, así que a sujetar los remos, concentración y esfuerzo. Tan pronto como dio la orden, a cincuenta paladas por minuto, el trirreme de Ameinias pasó de 0 a 9 nudos y se lanzó sobre la flota persa.



    La batalla de Salamina fue una enorme victoria griega. Durante una mañana y buena parte de la tarde, la enorme flota persa, con poco espacio de maniobra entre la isla y el continente, fue machacada y hundida sin piedad, para pasmo de Jerjes sentado en su trono, que no daba crédito a lo que veía, sobre todo las hazañas de Ameinias y su trirreme.
    Jerjes, contemplando el inicio de la batalla

    De aquí para allá, a golpes de espolón y abordando como piratas, los hombres de Ameinias cazaban y hundían naves enemigas como si fueran barquitos de papel. El mar frente a Salamina se convirtió en un remolino de barcos, donde los trirremes griegos se movían a su gusto contra las menos maniobrables y faltas de espacio naves fenicias, que chocaban entre sí o directamente se empujaban a la costa.

    Viendo el percal, el almirante persa, Arimenes, uno de los numerosos hermanastros de Jerjes, decidió atacar a aquella bestia marina que le estaba hundiendo la flota y aproximó su barco para abordarlo. Pero más bien lo abordaron a él y recibió un lanzazo del propio Ameinias y otro de uno de sus hombres, Socles, que lo enviaron directo al más allá zoroastriano. Tal como cuenta Plutarco en su vida de Temístocles: 

    "cuando Ariamenes intentó abordarlos, ambos corrieron a él con sus picas y lo arrojaron al mar."

    Imaginamos que Jerjes en su trono costero empezó a cabrearse en serio.

    Jerjes, flipando en  su trono


     La fiesta de hundimientos y abordajes continuaba y Ameinias puso su objetivo en el barco de la reina de Caria, Artemisia I (no confundir con la segunda). Una presa suculenta, pues Atenas había dado orden y ofrecido una recompensa de 10.000 dracmas al capitán que la hiciera prisionera, ya que su democrático gobierno consideraba, según Herodoto, "intolerable que una mujer hiciera una expedición contra Atenas".


    Pero la reina fue lo suficiente lista como para ordenar que su barco clavara el espolón en el de su aliado Damasitimo, que debió sorprenderse bastante. Al ver como el barco de Artemisia atacaba a un barco persa, Ameinias pensó que era un barco griego y apartó su trirreme en busca de otra presa. Lo que ya no sabemos es la cara que puso Damasitimo mientras se hundía en las cálidas aguas del Egeo.




    Ameinias en plena faena

     La batalla continuó, convertida en un montón de duelos navales donde los griegos ganaban de calle, cuando, en algún momento de la tarde, nuestro heroe Ameinias perdió una mano. Seguramente en un abordaje o quizá como su hermano Cinegiro, intentando sujetar una presa del tamaño de un trirreme, pese a la mala experiencia familiar.

    Debió ser un momento duro, pero el aguerrido Ameinias y su poseída tripulación no dejaron de perseguir naves enemigas hasta caer la tarde. Jerjes, en su trono de la costa, después de ordenar ejecuciones de capitanes cobardes, despotricar sobre la inutilidad bélica de los barcos fenicios y ciscarse en la madre de todos los griegos, se levantó sin decir nada y dio por concluida la batalla donde había visto perder toda su flota.

    Al día siguiente dijo que volvía a Persia, que ya no le gustaba salir de invasión, y dejó la campaña en manos de otro de su numerosos hermanastros... que también acabaría muerto por los griegos, pero eso es otra historia.

    Vista actual del lugar de la batalla


     Días más tarde, cuando Jerjes ya había hecho las maletas y vuelto a Persia, los griegos juzgaron a Ameinias como el más valiente de la batalla, según Diodoro Sículo, por haber dado muerte al almirante persa. Aunque, para cabreo de los atenienses, decidieron también que entre los estados aliados, el más valiente había sido la isla de Egina y no la ciudad de Atenas, que era la que había llevado todo el peso de la batalla. Parece que los espartanos estaban detrás de esta decisión, para humillar el crecido orgullo de los atenienses. Y así comienza la famosa rivalidad entre Atenas y Esparta que tanto daría que hablar después.


    Ameinias, por su parte, se convirtió en un héroe para los atenienses. La guerra contra los persas prosiguió su curso en los años siguientes con gran éxito para los griegos, pero el manco Ameinias ya no estaba de servicio. 

     Pudo disfrutar de las victorias en el teatro de su hermano Esquilo, que marcialmente no parece haber destacado tanto como sus dos hermanos, pero en literatura se llevaba todos los elogios y premios.

    Tragedia de Esquilo... con media entrada

    Hasta que un día, en una de sus obras, parece que habló demasiado de los Misterios Eleusinos. Estos misterios eran un ritual secreto que se hacía en Eleusis en honor de la diosa Deméter y que otorgaban la inmortalidad a los celebrantes... bajo pena de muerte si decían una palabra. Esquilo parece que dijo alguna y fue perseguido por el público enfurecido hasta refugiarse en el altar de Dionisio. Luego fue acusado ante el tribunal del Areópago. Lo cual en Atenas significaba que habías metido la pata hasta el fondo y tu vida estaba en peligro. No parece que el motivo religioso fuera el desencadenante principal del juicio, pues Esquilo había dado muestras en sus obras de no ser muy amante de la democracia que tanto amaban sus paisanos, pero valió como excusa. A Sócrates le pasaría algo semejante unas décadas más tarde.

    Colina del Areópago


     Sin embargo Esquilo tuvo más suerte que el filósofo. Según cuenta Claudio Eliano, la gente ya estaba con las piedras en las manos, esperando la condena a lapidación de Esquilo, cuando se presentó Ameinias ante la multitud, puso cara de estar cabreado, mostró el muñón de su brazo y ya poco tuvo que decir para que su hermano fuera absuelto y las piedras tiradas al suelo. Tal era el prestigio que tenía entre los atenienses.

     No sabemos cuando murió Ameinias. Su hermano Esquilo murió por el 455-456 a.C. Es probable que al ser el menor de los tres hermanos muriera más tarde. Seguro que le dio tiempo a ver como la ciudad por la que había perdido un hermano y una mano se convertía en una gran potencia mediterránea y puede que hasta le cayera simpático el hijo de su conocido Jantipo, un tal Pericles, que parecía tener estilo a la hora de controlar a sus democráticos paisanos.

    Monumento de Salamina

     Aunque también podemos pensar que en sus últimos años fuese el típico viejete "maratonómaco" (veterano de Maratón), sentado en un pórtico del ágora, en conversación con sus panda de colegas decrépitos, siempre despreciativo hacia la juventud de su tiempo, tan falta de bemoles y decadente. Figura típica de la cual Aristófanes se burla con simpatía en sus obras.
    Quizá pensó el personaje pensando en Ameinias.




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